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Sobre el cielo
Y EL MAR
El mundo tal y como podríamos conocerlo, llegó a su fin incluso antes de empezar a ser un lugar mejor. Las guerras químicas, la contaminación y el contínuo maltrato al planeta hicieron que este acabara defendiéndose, haciéndose inhabitable. El aire fue volviéndose poco a poco cada vez más tóxico, lo que fue diezmando a la población a pasos agigantados. Mientras los más débiles o los más pobres iban muriendo, la humanidad trabajó a contrarreloj en un modo de sobrevivir. El resultado fueron dos ciudades fundadas una bajo el mar, otra sobre el cielo. Con el impulso del miedo, los gobiernos más conservadores se alzaron en el poder, convenciendo a las masas de que en los nuevos lugares a habitar no podría reinar el caso como había ocurrido en nuestras tierras hasta entonces. La Tierra Antigua, como empezaron a llamarla, comenzó a despoblarse, y aquellos pocos que no habían sucumbido a las continuas guerras y epidemias que provocó la injusta situación, se repartieron entre las Nuevas Tierras, llevando con ellos una casi nula natalidad y tantas nuevas enfermedades que eran imposibles de contar. Ararat, bajo el mar, fue el inicio de todo. Lugar de laboratorios, de inventores e investigadores que, irónicamente, poco después se vieron desprovistos de su puesto y sus privilegios, pues en aquel nuevo régimen todo lo que se saliese de las leyes impuestas estaba prohibido. Ahora, Ararat está regida por aquellos poderosos de mentalidad religiosamente cerradas, que aún siguen lanzando el mensaje de que quien no siguiese las reglas que Dios impuso, sería castigado, pues es el único camino que impediría a la sociedad desviarse de nuevo. Decían incluso que la Peste Roja, llamada así debido a que se cree que se originó en el mar, (una ironía más) debido al fuerte olor que desprenden los enfermos en estado avanzado, era un castigo divino con el que todos tenían que cargar. Ambas ciudades debían ser iguales, reflejos de un mismo espejo, pero mientras Ararat mantenía aquel régimen, con pequeños grupos rebeldes perseguidos sin descanso y reducidos a cenizas, sobre las nubes, en el continente de Moriá todo empezó a cambiar. Los rebeldes eran más, más fuertes, y el gobierno con menos recursos. Las protestas, la desigualdad y la justicia tomada por la mano propia han desembocado en que el 90% del continente esté dirigido por grupos, mafias, gobiernos libres o el absoluto reinado de la anarquía. Reina el caos y la ausencia de ley más allá de la marcada en pequeños grupos. Y así, nuestros dos reinos, viven para siempre enfrentados, pero obligados a convivir en un mundo enfermo.
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