Proceso de recuperación ! Cuervos

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Mensaje por Arthur Sith Mar Abr 18, 2023 7:31 pm

A Arthur le gustaba dormir en camas ajenas, ¡por supuesto que le gustaba! Y más cuando Altalune usaba una fragancia única para lavar las telas que provocaba que las sábanas olieran a fresco y a flor, dos esencias que sin duda el rubio relacionaba con la inventora. No le era difícil imaginarse siendo abrazado por ella cuando se estiraba en aquella cama y mentiría si dijera que no había tenido sueños en los que Altalune aparecía una madrugada e hincaba una rodilla sobre el colchón únicamente para comprobar su estado antes de dejarse caer encima de él y… en fin, dejémoslo en que Arthur no estaba pasando unas malas noches. Pero aun así, estaba harto ya de estar postrado como una momia. Llevaba más de tres semanas siendo tratado por sus heridas y pese a que al principio había vagado entre la consciencia y la inconsciencia, hacía mucho que había recuperado las energías para volver a la acción —aunque no la fortaleza de cuerpo—.

Lo que más le preocupaba, empero, era el contenido que se ocultaba bajo sus innumerables vendas. Altalune le había dicho que durante la explosión había sufrido quemaduras (que ambos las habían sufrido) y que incluso había tenido varias fracturas y hemorragias internas.

Aquella última parte no le había preocupado —al fin y al cabo supuestamente la sangre tenía que estar en el cuerpo, así que ya era el lugar correcto en el que tener hemorragias—, aunque la idea de que el cuerpo le pudiera haber quedado marcado de por vida con quemaduras sí le preocupaba más y ya no solo por estética: Luna, su Diosa, requería que sus fieles mantuvieran pureza cutánea. Arthur guardaba en secreto dichas preocupaciones porque estaba seguro de que cualquiera de sus compañeros huiría de las creencias paganas que él veneraba, pero por las noches solía rezar a su Diosa para que le mantuviera fuerte en cuerpo y en alma mientras sostenía el emblema que colgaba de su cuello, normalmente oculto bajo su ropa.

Pese a las heridas y a su incapacidad de movimiento, no podía decirse que aquello fuera lo peor que le había sucedido. Lo peor —sin duda— que le estaba sucediendo era que de pronto Azrall Valor estaba intentando ser un poco más amable con él. Desde que se había despertado, había ido a verle tres veces y las tres había evitado dirigirse a él en tono despectivo o por razones negativas. Incluso cuando había soltado una burrada referente a los pechos de las mujeres y la lascivia de sus maridos, Az se había mantenido en silencio en su sitio (aunque por suerte para todos, sí le había dedicado una mirada que le prometía la muerte instantánea si seguía por el mismo camino). Azrall le había empezado a contemplar como si Arthur hubiera ascendido de brizna de hierba a hormiga diminuta y el rubio no estaba muy seguro sobre cómo tomarse aquello. Aquella tarde, mientras el sol rojizo penetraba por las ventanas del edificio humilde en el que se encontraba, Azrall le había visitado acompañado por Robyn e incluso le había traído un regalo. Si no era una serpiente de cascabel, Arthur no lo quería. No se fiaba de los regalos de Azrall.

Vamos, ábrelo. No te matará —le prometió el moreno, tomando asiento en un rincón de la habitación. Azrall siempre se sentaba como si el peso del mundo estuviera sobre su espalda. Como los viejos.

No muy seguro de ello, Arthur abrió el pequeño paquetito que Valor le había traído. El papel que lo envolvía se rompió con fragilidad entre sus dedos y cuando Arthur le echó un vistazo al interior, no pudo sino sentir que el corazón se le detenía en el pecho. Como si la visión de lo que contenía le hubiera hecho sentir desnudo, volvió a cerrar la caja con fuerza y contempló al moreno con una mezcla de espanto y alegría. Azrall no pareció demasiado por la labor de sostenerle la mirada —Arthur se olió que no al menos sin llamarle “tonto” tres segundos después de empezar— y no tardó en dirigir su atención a Robyn, que parecía haber desaparecido momentáneamente de la vista de los demás. De hecho, ésa era su especialidad. Desaparecer como un fantasma. Arthur carraspeó y con disimulo guardó el paquete debajo de la manta, entre sus piernas, para mantenerlo protegido y en secreto.

Gracias… —inició, aunque no sabía si debía darle las gracias a Valor o no. En su lugar, optó por jugar un poco con el aire distendido del ambiente—. Pero si tenías que molestarte en traerme algo hubiera preferido que fuera la presencia femenina de Altalune. Ahora hace días que no se pasa por aquí… —canturreó alegre, dibujando una pequeña sonrisa, sin ser consciente de que la mujer rubia se encontraba muy cerca ya de la entrada.
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Mensaje por Robyn Zimanov Dom Nov 26, 2023 9:43 pm

Mientras que sus pasos apenas sonaban sobre la madera del suelo, incluso en las partes más estropeadas, que normalmente crujían como quejándose, Az anunciaba su llegada por el delator sonido de su bastón golpeando el suelo de forma rítmica. A pesar de no necesitarlo, lo usaba incluso en el interior del teatro, el edificio que resguardaba a los Cuervos. Robyn había aprendido que todo formaba parte de aquella imagen tan bien construída. No debías preocuparte si oías a Azrall llegar: debías preocuparte cuando no podías oírlo. La chica sonrió y dio unos cuantos pasos ligeros, danzoteando hasta rodear al más alto y colocarse delante de él, comenzando a caminar de espaldas para no perder el paso ni hacerle parar.

—Habrá tormenta toda esta semana, eso nos servirá para mantener a Arthur en cama unos días más. Con Altalune no hay problema, prefiere quedarse en su estudio, ya lo sabes, pero yo…— antes siquiera de acabar la frase, vio la expresión en el rostro ajeno. Una respuesta sombría y completamente negativa. La chica morena puso los ojos en blanco y suspiró—. Sabes que puedo escaparme sin que te enteres siquiera, al menos accede para que haberte pedido permiso sirva de algo.

El chico vestido de negro no contestó, así que Robyn se paró un momento, obligándolo a él a detener su paso, y se puso ligeramente de puntillas para practicar una vez más su mejor mirada hipnotizadora. Con sus grandes y rasgados ojos gatunos, no era difícil.

—Az, sabes tan bien como yo que los días de tormenta la policía no patrulla por los raíles, apenas hay vigilancia y las calles están tranquilas. Es el momento perfecto para averiguar cuál va a ser el próximo ataque de cualquier otra banda que nos haya puesto el ojo encima desde que tenemos isla Bronte para nosotros. Estamos creciendo y lo odian, ahora es el mejor momento para averiguar sus debilidades. Además, si tengo que pasarme un día más ahuecándole la almohada a Arthur, lo ahogaré con ella.—

El chico de negro no dijo nada, pero Robyn pudo escuchar el breve suspiro que sonó cuando soltó apenas un soplo de aire por sus fosas nasales. Nadie más habría reparado en aquel gesto, pero ella sabía que era la señal de que Azrall había cedido. Ambos sabían que no había otra opción. Robyn conservaría para siempre en ella esa parte de gato callejero; de vez en cuando, desaparecía, pero siempre volvía, y en numerosas ocasiones con algo interesante entre las zarpas.
Sin mediar más palabra, avanzaron hasta una de las habitaciones del tercer piso, el que quedaba por encima del escenario. Habían tenido suerte con aquel lugar, y es que había sido un teatro tan enorme que había llegado a usarse como hotel para los actores y artistas que allí habían actuado durante años. Sí, estaba un poco descuidado después de un tiempo abandonado, pero para ellos era perfecto, y más desde que habían comenzado a acomodarlo a sus necesidades y sus gustos.
La habitación de Arthur era una de las grandes, por supuesto las que ellos ocupaban, aunque precisamente Robyn no le había importado ocupar la más pequeña de estas siempre que fuera la de la buhardilla. El chico, al verlos entrar, se puso en guardia. Siempre lo hacía al verlos, quizás por lo que Az le imponía, quizás para prepararse para defenderse de Robyn. Meterse con el enorme joven era una de sus mejores habilidades. Casi sonrió en aquel momento al recordar cómo días atrás, cuando había despertado de la inconsciencia, casi vuelve a morir del susto cuando Robyn fingió mirarlo horrorizada por las enormes cicatrices de su cara. No había ni rastro de cicatrices, por supuesto, pero fue divertido ver el color abandonar su rostro. Paró en cuanto Az le lanzó una mirada de advertencia, pero lo conocía bien y había visto aquella sombra de sonrisa asomar a sus labios. Aquella tarde, por mucho que quisiera meterse con él de nuevo, toda su atención se la llevó aquella pequeña caja. La diminuta chica alzó las cejas con curiosidad, ladeando el rostro como un gato entrometido, y miró al jefe en busca de respuestas, pero solo recibió un encogimiento de hombros y un dedo a los propios labios del moreno. No supo si interpretar aquello como una orden de que se estuviese quieta, o de que si curioseaba lo hiciese con cautela, pero optó por tomarlo como lo segundo. Sin el mínimo ruido, y viendo que los dos chicos estaban entretenidos en su conversación, se escabulló por detrás de Az. Si quería saber qué planeaba, necesitaba una distracción para Arthur. Y vio a la distracción en cuanto salió de la habitación y se encaminó a las escaleras. Altalune subía las mismas, aún con el brazo en cabestrillo y algunos rasguños en el rostro, pero con un aspecto tan bonito como siempre, y mucho más recuperada del susto de unas semanas atrás. Robyn y Az se habían temido lo peor cuando, después de buscarlos por todos los alrededores de la comisaría y el punto de encuentro al no acudir a este, pero al fin, recibieron un mensaje de Altalune desde otras de las cabinas de teléfono que tenían trucadas. Llegaron mucho más tarde al teatro de lo que habían tenido pensado, pero en cuanto pusieron un pie en la pequeña isla comenzaron a organizarse para mantener estable a Arthur. El problema es que la que más conocimientos médicos tenía era Altalune, y con un hombro dislocado y quemaduras por todas partes, no fue tarea fácil. Con el trabajo de todos, estabilizaron al mayor y lo llevaron al teatro, donde pudieron atender a Altalune. Por suerte, ni Robyn ni Az eran inútiles en tema de medicina, por pura supervivencia, aunque ninguno de los dos supieran hacer un trabajo tan fino como la propia inventora. Ahora, ambos estaban sanos y salvos. Con pocas secuelas, unas más importantes que otras.

—Sigo diciendo que el pelo corto te queda muchísimo mejor—Robyn sonrió ligeramente, alzando una mano y rozando uno de los bucles que ahora se formaban en el pelo rubio de Altalune, que apenas alcanzaba sus hombros.

La chica más alta puso los ojos en blanco y suspiró, pero terminó por sonreír.

—No puedes decir otra cosa cuando te dije que me cortases solo los mechones chamuscados y acabé así, Rorie.

La chica menor cogió la mano sana de su compañera, tirando ligeramente de ella para que caminase a su lado hacia la habitación de Arthur de nuevo. Había encontrado a su perfecta distracción, y solo bastó ver el rostro del joven cuando vio a la bonita inventora para confirmarlo.
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Mensaje por Altalune Hart Dom Nov 26, 2023 9:56 pm

La recuperación había sido más lenta de lo que a ella le habría gustado, pero comenzaba a sentirse sorprendentemente bien. Altalune se negaba a darle la razón a Robyn y Azrall sobre que debería descansar, pero bajar el ritmo había hecho que su hombro se curase mucho antes. Ya apenas dolía, y los rasguños y magulladuras estaban prácticamente curados. Y eso significaba haber podido cuidar de Arthur con toda la atención que requería. Desde que aquella misión se había complicado no había hecho más que sentirse culpable; si no hubiese tenido que sacarla de aquel lío, no habría estado a punto de perder la vida. Sabía que gracias a ello Robyn, y especialmente Azrall estaban depositando en él toda la confianza que, quizás, aún no había terminado de ganarse del todo. Pero Altalune solo podía pensar que todo había sido culpa suya. Solo necesitaba que Arthur se recuperase por completo, que todo volviese a ser como antes. Puede que incluso estuviese dispuesta a escuchar sus coqueteos, aquellos que no eran más que frases guardadas de forma automática en su cerebro. Estaba segura de que si no tuviese mujeres alrededor, lanzaría aquellos piropos hacia las paredes.

Aquella mañana se había despertado con tanta energía que estaba segura de estar lo suficientemente sana para volver al taller. Lo había evitado por su hombro, pero ahora podía hacer pequeñas tareas, y repasar los últimos avances en sus inventos. Pero antes, tenía que ir a ver a Arthur, como cada día. No había dejado que nadie más cambiase sus vendajes y aplicase los ungüentos para las quemaduras. No solo ella era la que mejor conocía la medicina -entre ellos cuatro, y el resto de cuervos, pequeños ladrones, delincuentes y gente de los bajos fondos que habían sido fieles a Az en una ocasión u otra y ahora formaban parte de aquella banda cada vez más peligrosa- sino que sentía que era su responsabilidad. No sabía bien por qué, de dónde venía aquel sentimiento, pero no habría soportado que nadie más cuidase del mayor.

Cuando subió las escaleras aquella mañana, con más soltura que en los últimos días, no pudo evitar sonreír, pero la expresión se le congeló en el rostro cuando se topó de bruces co Robyn y una mueca tan pilla que no avecinaba nada bueno. Aunque si era sincera, había estado esforzándose en cuidarla últimamente, y se habían vuelto aún más cercanas...hasta le había perdonado el corte de pelo sorpresa en el que terminó cuando le pidió que le cortase tan solo aquellos mechones achicharrados en el accidente. Después de dejarse alabar un poco, se dejó llevar hasta el pasillo de las suites. Tomó aire antes de entrar en la habitación, y sonrió al ver allí a Azrall, y frente a él, en la cama, a Arthur con el rostro ligeramente desencajado en una expresión entre aturdida y conmovida.


—¿Qué es lo que me he perdido?¿Estamos celebrando algo?

Aunque no dijo nada, Azrall pareció alegrarse de verla caminando ya con total soltura y confianza. A lo largo de su recuperación, había causado algún que otro pequeño accidente; si no era dentro del taller, donde se movía como pez en el agua, Altalune no era la persona más hábil. Así que, con el brazo derecho inutilizado, su torpeza se acentuaba y podía resultar un verdadero peligro. Tenía suerte de que aquella jarra de agua que le vertió a Azrall sobre la camisa fuese fría, y no hirviendo, pero no estaba segura de que el Jefe la hubiese perdonado. Igual que todos aquellos libros que cayeron de la librería, empujándose como piezas de dominó, y que Robyn tuvo que recoger y que poner en el último estante, lo cual pareció una burla a su corta altura.

La inventora se atusó el pelo corto, pensando de nuevo en que añoraba sus largos bucles rubios. Arthur había reaccionado con verdadera ilusión días atrás cuando la había visto tras despertar, pero estaba segura de que Arthur se emocionaba ante cualquier rasgo femenino, fuese cual fuese. Sonrió ligeramente, observando al rubio en la cama, dirigiendo una breve mirada por su cuerpo con la idea de hacer un reconocimiento rápido de su evolución, como hacía cada vez que entraba en aquel cuarto.

—Tienes buen aspecto, te ha vuelto todo el color a la cara. ¿Cómo te encuentras? En unos pocos días más te dejaremos levantarte siempre que te quedes dentro del teatro, ¿verdad Jefe?

Ambos giraron el rostro hacia Azrall, cuya expresión no cambió ni un ápice. Sus ojos no mostraron ni rastro de aprobación o de rechazo. Simplemente ladeó ligeramente el rostro, como un verdadero cuervo, sopesando las palabras, y después asintió, un ligero cabeceo que casi se podría haber pasado por alto. Dijo algo sobre revisar pronto los nuevos planes, sopesar después de aquella emboscada quién estaba de su parte y quién no, y a quiénes habían quitado de en medio. Robyn, que habló justo al lado de Altalune, sobresalándolos a ella y a Arthur, añadió algo sobre adelantarse y traer información útil, a lo que Azrall accedió de nuevo entre dientes, y Altalune entonces sintió que todo había vuelto a la normalidad después de un gran susto.

—Pero antes…—murmuró la pequeña espía, sosteniendo una pequeña caja entre las manos y observándola con curiosidad— quiero saber qué es esto tan importante.

A Arthur pareció írsele de nuevo el color del rostro, y volverle a los segundos con exagerada intensidad, y Azrall regañó a Robyn como se les regaña a los gatos, intentando esconder una pequeña sonrisa. Cuando el rubio quiso alargar el brazo hacia el objeto, sin éxito, Altalune entendió que había sido un hurto de la pequeña ladrona. Uno más de tantos. Fue ella la que se lo arrebató de las manos con suavidad, tendiéndoselo a su legítimo dueño.

—No deberías robarnos a nosotros, Robyn, para algo somos tus compañeros…—y dirigió la mirada hacia Arthur y hacia la cajita, que ahora parecía instarla a preguntar sobre ella, como un tesoro que quiere ser encontrado—, aunque quizás Arthur sea bueno y nos diga qué es.
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Mensaje por Azrall Valor Lun Nov 27, 2023 10:57 pm

Con la mirada fija en el inexpresivo rostro de Azrall, Arthur intentó adivinar cómo había podido el líder de los Cuervos conseguir una pieza tan única como la que se ocultaba en la caja que tenía entre sus piernas, sobre el colchón. Sin duda el moreno había tenido que investigarle a fondo para descubrir cuál era el pequeño secreto que él guardaba y haber hecho un estudio de su cultura a partir de la información recopilada, demostrando que sus horas ausentes no eran producto únicamente de su aparente desinterés por estar con el resto del mundo. Con el azul de su mirada de un tono misterioso, Arthur se preguntó cuánto más habría descubierto Azrall en su investigación y hasta dónde habría llegado. El aludido pareció captar sus pensamientos, pues su mirada fría y muerta se movió ligeramente unos centímetros para mirarle a los ojos y con aquel único gesto Arthur sintió que algo se hundía profundamente en su pecho y dejaba en su superficie un cebo enganchado a un anzuelo. Un cebo que esperaba que picara algún oscuro secreto oculto en su interior.

¿Cómo podía ser que Azrall fuera la definición en carne de una pesadilla?

Arthur tragó saliva y le sonrió, turbado, antes de dirigir su atención a la mujer recién llegada y fingir que nada había ocurrido en absoluto. Intentando ocultar el miedo que sentía por la presencia de Azrall Valor en aquella sala, le dedicó una sonrisa despreocupada a Altalune y no tardó en halagar como le quedaba el nuevo corte de pelo. En el caso de Arthur sus palabras estaban cargadas de dos simbolismos distintos: en primer lugar, tal y como le ocurría seguramente a Azrall, intentaba ser amable con ella y hacerla sentir bien con un nuevo aspecto que en absoluto restaba belleza a su rostro blanco y a sus facciones delicadas y que le confería un aire elegante al mostrar tan ligero su níveo y delgado cuello. En segundo lugar, las palabras de Arthur estaban cargadas de culpa porque era muy consciente de que Altalune había perdido parte de su magnífica cabellera por su culpa, porque no había sabido protegerla como correspondía.

Cualquier mujer a tu lado se sentiría hervir de envidia, Altalune. Ese nuevo corte de pelo te hace más elegante y perfecta aun. Pareces una figura de mármol, tan preciosa como los dioses en los que creían los antiguos habitantes del mundo —aseguró en tono soñador, llenando todo el ambiente con su dulce voz y consiguiendo con ello hacer suyo el espacio, algo que siempre le había tranquilizado por más que intentara ocultarlo. Un espacio en el que únicamente se escuchara su voz era siempre un espacio seguro.

No le tomó por sorpresa el hecho de que Altalune ignorara sus palabras de cariño para preguntarle a Azrall si se encontraban celebrando algo —a causa de la caja que él seguía manteniendo a buen recaudo entre sus piernas flexionadas—. Una súbita timidez invadió al rubio en el momento en el que pensó en el contenido de aquella caja e inconscientemente constriñó el paquete entre sus rodillas, intentando ocultarlo. Amaba a Altalune y la valoraba como amiga, pero aquello que Azrall le había regalado pertenecía a su vida privada y deseaba no compartirlo por el momento. Ni siquiera con ella. El rubio se esforzó por mantener su expresión estable mientras Azrall tomaba la palabra, cogiendo el relevo después de que la mujer rubia añadiera que Arthur necesitaba un poco más de descanso antes de que se le permitiera empezar a dar vueltas por el teatro.

Cualquiera que tenga la intención de dar la vida por un compañero se merecerá mi respeto… Ésto es sólo una muestra de consideración —acertó a decir el líder, dirigiendo una rápida mirada al paquete que Arthur tan celosamente protegía. En aquellos momentos el rubio no fue consciente de ello, pero la mirada inteligente del moreno no estaba destinada a contemplar el objeto que custodiaba su hombre sino a advertir a unas manos traviesas que empezaban a danzar alrededor de la caja sin que ninguno de los presentes pudiera advertirlas—. Pero sí, no veo problema en que si Altalune lo considera —prosiguió el líder, apartando la mirada y dirigiéndola entonces al rubio, consiguiendo ponerle nuevamente nervioso— puedas empezar a moverte poco a poco. Sin salir del recinto —le advirtió en tono imperativo. La mirada de Azrall quería advertir a Arthur sobre el hurto, pero éste no pareció notarlo.

Por algún motivo a Valor no le era tan sencillo comunicarse por miradas con Arthur como lo era con Robyn haciendo uso del mismo método.

Me alegro. Estoy mejor. Me siento mejor —se apresuró en añadir el rubio, apartando su mirada del moreno para dirigirla al atractivo y suave rostro de Altalune. La expresión cauta y tranquila de la mujer siempre le tranquilizaba pese a que su corazón se acelerara—. Gracias por todo lo que has hecho por mí, Altalune —añadió el hombre, incorporándose más en el colchón para acercarse a la recién llegada. Alargó la mano hacia ella sin ser consciente de que su regazo ya se encontraba vacío y buscó con su mano vendada la de Altalune, igual de protegida que la suya—. Creéme que si pudiera volver atrás en el tiempo te protegería mejor. Siento que por mi culpa hayas salido herida y te hayan tenido que cortar el pelo —añadió con sinceridad y el corazón en la mano, como si no sintiera apuro ninguno por la situación en la que se encontraba, rodeado por sus compañeros.

Desde atrás, Azrall rodó los ojos con gesto disimulado.

Por suerte para algunos, Robyn interrumpió aquella respuesta amorosa, atrayendo la atención de todos al preguntar qué contendría la caja que tenía entre las manos. La reacción de Arthur fue urgente: colocó sus manos sobre el colchón para palparlo, como si quisiera asegurarse de que el paquete no seguía allí con él en realidad y a continuación se giró hacia la morena cargado de mal humor —pero también de un poco de temor—. Altalune acudió en su ayuda entonces, tan justa como siempre, alargando la mano hacia el paquete que había robado la ladrona y devolviéndoselo a su legítimo propietario tras dar su opinión al respecto. El pecho del rubio se hinchó de orgullo por las palabras de su compañera hasta que ésta añadió que Arthur bien podría compartir con el grupo el contenido del paquete, algo que hizo nuevamente que su sonrisa desfalleciera.

En otros momentos se habría marchado corriendo con el paquete entre manos. Lo malo que tenía haber sido víctima de una explosión tal era que uno no podía permitirse llevar a cabo la huida con el cuerpo como lo tenía.

No… —empezó a decir, buscando una manera de compensar la amabilidad de Altalune sin llegar a presentar su regalo.

Para sorpresa del rubio, fue Azrall quien se convirtió en su tañido salvador.

No creo que un objeto sexual para uso exclusivo de su propietario vaya a ser objeto de interés alguno para los miembros de este grupo —sentenció el moreno, sin mirar a ninguno de los presentes e impregnando su voz de un tono de reproche. Arthur sintió ganas de echarse a llorar. ¿Era necesario que su treta de salvamento fuera una mentira que le hiciera quedar como un hombre lujurioso? Azrall chasqueó la lengua tras aquello—. Volvamos todos a nuestros puestos. Cuando Arthur se recupere os quiero a todos dando el 200% de vosotros. Tenemos problemas más graves que tratar y el mundo no se detiene porque haya un perro en el veterinario con una pata herida —añadió con desagrado, ordenando a todos que salieran de la habitación y dejaran al “perro” descansar. Estúpido cuervo…
Azrall Valor
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Mensaje por Robyn Zimanov Miér Abr 10, 2024 2:18 pm

Tan solo hicieron falta las palabras “sexual” y “Arthur” para que Robyn saliese de la habitación sin mediar ni una palabra más. De todas formas, quizás era momento de dejar a Altalune un rato a solas con Artur; parecía ser la única que no veía cómo el rubio la miraba, pero Robyn tampoco pensaba interferir. Las cosas tenían su ritmo, y quizás estar cuidando de Arthur le estuviera viniendo bien a la inventora para aclararse, o al menos para distraerse.
Avanzó por el pasillo de madera en dirección al resto de habitaciones, pero antes de llegar a subir las escaleras hasta la buhardilla donde se encontraba la suya, notó a Az prácticamente pegado a su espalda. Esta vez, sus pasos no habían resonado en la madera, no había usado el bastón. Estaba con ella. Solo con ella.

Cuando estaban a solas, Az dejaba a un lado su falsa apariencia, abandonaba su cojera para no hacerse notar.

Cuando estaban a solas, Robyn se relajaba, volvía firmes sus pisadas para que Az notase que estaba allí.

Azrall no dijo nada. Tampoco había nada que decir.

Alargó la mano hasta la cerradura en la puerta junto al pie de las escaleras hacia la guardilla, la suite más grande de la planta, metió una compleja llave en la cerradura que desactivó tres cerrojos y abrió la puerta. No entró, sino que permaneció junto a la puerta entreabierta, observando a Robyn a los ojos. Una pregunta sin palabras que esperaba una respuesta.
La menuda chica ladeó ligeramente la cabeza y entrecerró los ojos, un oscuro mechón de cabello cayéndole sobre el rostro. No tenía por qué irse enseguida. La ciudad podía esperar unas horas más. Podía permitirse esas horas con Az como una pequeña despedida.
Aquella respuesta tampoco se formuló en voz alta; sigilosa como un felino, pasó por delante de Az, cruzando la puerta entreabierta sin ni siquiera tocarla y se acomodó en aquella butaca bajo la enorme ventana que tanto le gustaba, la que Az no soportaba pero había dejado allí solo porque ella se acurruca en ella mientras lo escuchaba hablar sobre sus planes, mientras trazaba líneas en un mapa de la ciudad, o incluso mientras trabajaba en silencio.
Durante horas, lo observó trabajar mientras que apenas compartían algunas palabras. Ella se entretenía afilando sus cuchillos, ojeando los libros que el jefe tenía distribuidos por la habitación, de mil historias y mil ciencias distintas. Él, mientras tanto, planeaba. Los planos extendidos sobre el escritorio, colocado en la zona de la habitación más parecida a un despacho, justo al lado de aquella ventana y aquel viejo sillón, feo pero tan mullido y grande para ella. No era la primera vez que la pequeña ladrona se colaba en la habitación del líder y se acurrucaba en el sillón, ni la segunda. Ni sería la última en la que se despertara, con una manta sobre el cuerpo que antes no estaba allí, con Azrall ya despierto y preparándose para el nuevo día. Robyn se preguntaría muy seriamente si el cuervo dormía alguna vez, si no lo hubiese visto por sí misma, si no hubiera acariciado aquel rostro recostado en la almohada, que ni siquiera en la inconsciencia dejaba de ser serio.
Aquel día, parecía estar cansado, aunque aquellas señales que lo delataban eran tan solo visibles para Robyn: las ligeras manchas grises bajo los ojos, el rostro ligeramente hinchado…o aquellos pequeños gestos, como cuando se aclaraba la garganta y esta sonaba más ronca aún que de costumbre, o cómo movía los hombros intentando destensarlos.

No lo demostraba, pero desde el accidente de Altalune y Arthur había estado preocupado, por ellos, y estresado, intentando que el grupo no flaquease. Todo, sumado a llevar, como siempre, las cuentas importantes, permanecer atento a los cambios de la ciudad, a los negocios con los que tenían tratos y aquellos despistes del gobierno o las altas esferas de los que pudieran sacar un buen pellizco. Robyn también echaba de menos uno de aquellos robos a lo grande, aquellos timos y apuestas donde todos se coordinaban, especialmente ellos cuatro, para que todo saliera bien.

Pero algo estaba removiéndose entre los grupos de Mortua Lex, algo que no llegaban a entender, y tenían que descubrir qué era antes de que se les echase encima. Esa era la propiedad.
Tan solo hablaron de aquello, planificaron y coordinaron la salida de Robyn al día siguiente con los próximos pasos a seguir. Az le ayudó a preparar sus armas y la poca carga necesaria que llevaría con ella, y todo quedó cerrado. Comieron juntos, aún hablando sobre la ciudad, sobre los rincones secretos que ella tan bien conocía por si todo se torcía. Y Robyn vio en su rostro aquel atisbo, minúsculo, su máscara tan solo cayó por un segundo, pero lo vio. La preocupación por que todo volviese a salir mal. Pero Robyn, de nuevo, no dijo nada. Nunca decían nada en ese aspecto: llevaban una vida que no les permitía asegurar que todo saldría bien, pero podían disfrutar del tiempo que tuviesen juntos.

Por eso mismo, cuando Robyn volvió a la habitación después de ir a darse un baño, no se sorprendió de ver  Azral sentado en el viejo y tan odiado sillón. El bastón, abandonado junto a la mesa, y entre sus dedos bailaba un cuchillo. Un cuchillo que Robyn no había visto nunca, y aún así sabía que era para ella.

—¿Es para convencerme de que no me vaya, o para que lo haga?— la chica sonrió como un felino travieso y como respuesta obtuvo una media sonrisa de Azral casi inapreciable pero que conocía bien. Igual que conocía bien sus gestos y supo qué significaba aquella actitud, qué estaba esperando cuando soltó la afilada daga sobre la mesa— Sé que han ocurrido cosas fuera de nuestro control, pero sabías que nos enfrentaríamos a muchas más cosas con el tiempo. Es la señal de que estás consiguiendo que avancemos— quizás no era necesario decir aquello; Az ya lo sabía. Pero Robyn lo conocía, y oírlo de ella lo tranquilizaba. Como una promesa de que estaría bien—. Piensa en cuánto te alegrarás de verme cuando regrese y estés un paso más cerca de ser el dueño de todo Mortua. El Príncipe Cuervo.

Pudo ver a Az casi rodando los ojos, pero también vio la ambición en ellos. No quería hacer aquello solo, no quería un país tan solo para él. Pero ansiaba ver aquella ciudad sin ley siendo por fin justa con los suyos, con los despojos a los que siempre habían pisoteado. Robyn no borró la pícara sonrisa conforme se acercaba a él y se acomodaba en su regazo, ambos cuerpos enfrentados y acoplados a la perfección en el viejo sillón. Az no se acercaba siquiera a aquel horrible asiento si no era para estar con ella. El chico siempre vestido de oscuro dejó a un lado el cuchillo y llevó sus manos hasta ella, y cuando rozó su cintura, Robyn notó cómo la trataba con la misma delicadeza que a aquel arma. Como si estuvieran hechas del mismo material y tuvieran el mismo propósito, pero él viese en ambas algo más que hojas letales. Robyn emitió un delicado suspiro cuando rozó su rostro rozó el mentón ajeno en una caricia que buscaba sus labios.

Mientras el sol se ponía en la ciudad sobre las nubes, ellos tomaban ventaja de no saber cuántos días más verían juntos. Los sonidos ahogados y airados acariciaron cada rincón de la habitación, ascendiendo lenta y suavemente como el humo, mientras los últimos rojizos rayos de sol iluminaban el bastón y el puñal que descansaban juntos sobre la mesa.

[. . .]

Muchas horas antes de que el sol volviese a iluminar la ciudad, Robyn ya estaba encaramada en el quicio de la ventana de la habitación donde había pasado la noche. Mientras un campanario lejano daba cuatro campanadas en la otra punta de Bronte, la chica se giró para mirar sobre su hombro, hacia la penumbra de la habitación. Incluso en la oscuridad, distinguió la figura aún acurrucada en la cama, aunque tan solo alcanzaba a ver la parte superior de sus hombros, su cuello y el espeso cabello negro. Le daba la espalda, pero como si notase su mirada, la respiración calmada del chico se volvió más consciente, y justo después se giró lentamente. Los restos de sueño desaparecieron de sus ojos, tan oscuros como la propia habitación, cuando la miró. Y una vez más, ninguno de los dos dijo nada. No hacía falta. En el siguiente pestañeo del chico, ella había desaparecido.

(Conexión con: How I became your eyes )
Robyn Zimanov
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