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Mensaje por Alexei Darken Sáb Dic 03, 2022 11:08 pm

A Sing le gustaba que los demás fueran capaces de sentir su presencia incluso desde la distancia. Mientras los otros niños habían jugado infinidad de veces al escondite con sus padres y se habían mantenido ocultos y en silencio hasta ser encontrados —lo que fuera para ganar el juego—, Sing había sido quien había salido primero, a gritos y con los brazos extendidos, para que sus padres pudieran decir “uy, ahí está mi hijo” sin demasiado esfuerzo. Alexei era particularmente partidario de permanecer oculto tras una cortina el mayor tiempo posible, siempre en silencio, pero debido a sus circunstancias, se había tenido que convertir también en el niño que anticipa su presencia a gritos. Aunque intentara disimular su rechazo hacia aquel comportamiento, sabía que su propietario, Sing, conocía perfectamente aquella debilidad y también sabía que cuanto mayor desprecio demostrara hacia aquella idea, con mayor ahínco sería obligado a llevarla a cabo. El chino era una de las personas más influyentes del país pero también uno de los más retorcidos. A los doce años le había quemado la palma de la mano porque él había tenido un accidente también jugando con fuego. A los catorce Sing le había obligado a mantener su primer encuentro sexual con el amante de éste sólo para demostrarse a sí mismo que podía confundir incluso a aquellos con quienes tenía una relación íntima. Sing era un sádico, un déspota y un retorcido y Alexei se había visto atrapado en su juego desde que tenía cuatro años, como una polilla en la red de un malévolo arácnido.

Parpadeó cuando los cascabeles que llevaba en las pulseras y tobilleras tintinearon anunciando su presencia. En aquella ocasión, Sing había planeado un nuevo juego para él. El déspota consentido siempre se dirigía a la zona de los muelles en solitario —a excepción de sus guardaespaldas, que siempre le rodeaban como si fuera un diamante que proteger con sus vidas—, como si guardara allí algún secreto que no pudiera compartir con nadie. Alexei le había visto volver de los muelles con restos orgánicos en potes, moratones en su piel y en alguna ocasión incluso manchado de sangre ajena, pero siempre con una sonrisa retorcida en el rostro. Él nunca le había preguntado qué hacía allí y Sing tampoco se había visto nunca interesado en compartir sus experiencias con él… hasta ese momento. Aquella mañana el retorcido crío se había despertado con la idea en la cabeza de llevar a Alexei a los muelles, a donde fuera que se divirtiera él cada noche. Alexei había temido la idea y siguió temiéndola cuando Sing le pidió que se vistiera con los ropajes tradicionales orientales antes de empezar a maquillarle como a él. La única explicación que Sing le dio fue que en los muelles tenía un divertimento que deseaba probar aunque la lógica de Alexei le advirtió de que en realidad a quien deseaba probar era a él mismo, a su sustituto. No fue necesaria demasiada explicación para que el muchacho comprendiera que fuera quien fuera a quien fuera a ver aquella noche, se trataría de un sádico tan retorcido como el propio Sing, y Alexei odió aquella idea.

Paseando por la calle con elegancia y habilidad, Alexei se dedicó a contemplar a su alrededor con el mentón alzado y claro desprecio hacia lo que le rodeaba, igual que habría hecho Sing. A pesar de que iba solo rodeado de guardaespaldas, intuyó que Sing estaría observándole desde algún lugar, oculto como las ratas y disfrutando como el desalmado que era. Alexei le aborrecía. Le odiaba, pero aun así sabía que nunca podría escapar de él. No tenía amigos. No tenía aliados. Todo el mundo servía a Sing en el mundo, igual que él mismo. Siempre iba a tener que serle leal y seguir sus estúpidas órdenes. Mordiéndose el labio inferior de la rabia, Alexei finalmente llegó a las puertas de un edificio alto de tonos rojizos. Zarandeó suavemente los cascabeles que colgaban de sus extremidades y llamó la atención de los presentes, que se alejaron con temor. Una muchacha en especial pareció encogerse ante su presencia, como si hubiera recordado algo doloroso. Al recibir la mirada de Alexei, la muchacha empezó a temblar y escondió su rostro entre sus manos. El muchacho tuvo que mantenerle la mirada pero en su interior sintió el cálido latigazo del odio. Sing era un monstruo. Fuera lo que fuera que le hubiera hecho a aquella muchacha, Alexei estaba seguro de que ella no lo había merecido.

Con expresión fría, miró a su alrededor en busca del hombre larguirucho que Sing le había dicho que encontraría. Debía reconocerle para evitar que el tal Achilles no sospechara y por la descripción que Sing había hecho de él, Alexei no tardó en reconocerle. El hombre no pareció sorprendido de verle ahí, sino más bien resignado. No cabía duda que el chino había contactado con él para advertirle de que iría a verle aquella noche. Manteniendo su postura rígida y su altivez, Alexei se encaminó hacia él, paseó sus dedos por el torso del hombre y finalmente se acercó a su mentón, regalándole una sonrisa fría y carente de cariño.

Espero que hoy sepas satisfacerme. Quiero que sea duro —musitó, enseñando sus dientes blancos con un gesto que no transmitía amabilidad alguna. Sus ojos, no obstante, no eran capaces de mentir. Sus ojos delataban su rechazo hacia aquello.
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Mensaje por Achilles M.Sutherland Lun Dic 12, 2022 11:47 pm

Cuando hundió el acero que tenía en la mano en el barril de aceite, y tras él en el de agua, el vapor volvió a inundar la estancia mientras el característico sonido del brusco cambio de temperatura resonaba en la forja. Al sacar el cuchillo del segundo barril, Achilles observó el dibujo que había conseguido sacar en aquella lisa superficie. Quizás estaba pecando de ególatra enamorándose de otra de las armas que él mismo había forjado, pero ese pensamiento no le impidió decidir que aquella daga merecía uno de los huecos que aún tenía su cinturón. Cuando el arma estuvo fría allí la metió, tras cambiarse la camisa empapada de sudor por otra prácticamente igual, de color oscuro y tan amplia que dejaba parte de su tatuado pecho al aire. Sin muchas sutilezas, se pasó el trapo húmedo que solía andar siempre a alcance para secarse la frente y el cuello y refrescarse la piel, viendo tras todo ello cómo las palmas de sus manos habían dejado atrás por completo el color del acero encendido y sobre todo su temperatura. No era la primera vez que dejaba marcas de quemaduras por toda su ropa o todo lo que tocaba al no tener paciencia tras usar su don, así que poco a poco se había vuelto más cuidadoso. Se dio una imaginaria palmadita en la espalda por ello.

Por aquel día, el trabajo en la forja se dio por terminado. De hecho, cuando miró aquel aparatoso reloj mecánico que Sybil le había dejado quedarse después del descubrimiento de un botín sin dueño…
-Sin dueño vivo-
…comprobó que tras terminar los encargos del día y entretenerse con su nuevo capricho, pasaban casi dos horas de la hora habitual en la que solía salir de allí. Y no se arrepentía, necesitaba aquella distracción sabiendo qué clase de visita tendría más tarde. El tiempo invertido en la forja le restó su hora para la comida, pero no es como si tuviese estómago para tragar bocado en ese momento. Por si acaso, tomó prestada una manzana del puesto de Jason, que le dejó ir después de una jocosa acusación. Para cuando llegó a la sala de espectáculos, no había dado ni un bocado a la fruta, así que se la guardó en la bolsa de cuero que colgaba de su muy habitado cinturón. Podría encontrarse literalmente cualquier cosa rebuscando en los alrededores de la cintura de Achilles. Su propio pensamiento lo hizo sonreír a pesar de la pesadumbre que reinaba en el local, y se esforzó en mantener la sonrisa mientras se pasaba la mano por la desordenada melena.

—¿Y esos ojitos de preocupación, a qué se deben?—su torcida sonrisa le daba a su rostro surcado de dos cicatrices un aspecto aún más desastre, pero al mismo tiempo cálido. Como un niño que quiere salir de un lío poniendo cara de cachorrito—. Vamos, id a entreteneros o a trabajar, señoritas…por muchas ganas que tengáis de mirarme.

No consiguió ni las risas ni las burlas que habría oído en cualquier día normal, pero al menos arrancó un par de sonrisas nerviosas y algún suspiro relajado. Era lo que necesitaba. Mientras ellas estuvieran bien, todo iba bien. En el baño más cercano, se lavó la cara y se adecentó sin demasiado interés, y fue allí donde oyó aquel sonido que debería ser casi divertido, y sin embargo tan solo traía incomodidad y terror con él. Cuando salió de nuevo al pasillo, lo vio allí. Podría ser guapo, era bonito de hecho. Por fuera, era como una flor, pero estaba llena de espinas y veneno, y cuando te herías con ella por primera, segunda, tercera vez…ya no apreciabas la belleza de la misma forma.

—Tranquila, Adelaide— con una gentil mano en la cintura de la aterrorizada chica la guió detrás de él, y después hacia la puerta que daba a la cocina, haciendo señas a una de las mujeres más veteranas para que la acompañase, todo ello sin observar aún a Sing a los ojos ni siquiera cuando estuvo cerca de él para contestarle—. Ya conoces el trato, ni hables delante de ellas. Vamos, la habitación está lista.

Por fin, bajó la mirada a aquellos ojos oscuros, ignorando sus gestos y sus caricias. Lo hacía siempre, le repelía su tacto y había terminado simplemente por acostumbrarse, hacer como si no ocurriese…pero en aquel momento, era otra cosa lo que lo distraía. Se recompuso y lo dejó pasar, como siempre, delante de él. Subieron a solas hasta el cuarto piso, en él una puerta roja y adornos dorados indicando la habitación más lujosa y cara, dentro de las posibilidades, de todo el edificio. Cuando entraron, los recibieron sedas, luces tenues, perfumes y pétalos de flores silvestres en torno a una cama enorme en el centro de la estancia, lo único que había en ella más allá de numerosos espejos, una bañera con sus propios grifos y una cómoda de madera pulida de estilo oriental, llena de algunas cosas que Achilles prefería no tener que usar. Dejó que el chico se acomodara como solía hacer y se colocó de espaldas a él, comenzando por quitarse su valioso y querido cinturón. No era tarea fácil ni rápida, pues había demasiadas armas, artilugios y pertenencias en él o colgando de él, pero aquello lo hacía más fácil. Le daba tiempo. Pero en aquella ocasión Achilles no estaba mentalizándose. No podía dejar de pensar en sus ojos, y eso nunca le ocurría. Porque sus ojos, en ese momento, no desprendían veneno.

—Sabes que no tenemos que hacer esto…
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Mensaje por Alexei Darken Mar Dic 13, 2022 8:53 pm

Alexei chasqueó la lengua en tono burlón cuando el hombre que se acercó a él le indicó que tenía que acompañarle hacia otra habitación. En realidad, no tenía ni idea de qué era lo que se suponía que tenía que ocurrir. Sing siempre quería que todo saliera perfecto pero pocas veces se entretenía explicándole qué debía hacer exactamente o cómo debían ser las cosas. Lo primero que notó en el hombre que le acompañó hacia la habitación fue que era alto y ancho, más de lo que había creído en un principio. Lo segundo que olía a fuego, a humo y a sudor, aunque de modo muy leve, por lo que eran olores que podrían haber pasado desapercibidos para cualquiera. Poniéndose en el lugar de Sing, estaba seguro de que al asiático aquellos olores le habrían disgustado, aunque a él no le importaban. Había aprendido mucho tiempo atrás que el sexo era algo sucio entre personas que sólo necesitaban sacar a la luz su lujuria y que cuando terminabas, el cuerpo temrinaba oliendo siempre igual de mal. No iba a venirle de empezar de aquella manera.

Al llegar a la habitación, Alexei tuvo ganas de sorprenderse por la belleza de las instalaciones. Si la entrada ya le había dejado sin palabras, aquella sala terminó por convencerle de que el lugar al que había acudido era de categoría o que al menos las personas que lo regentaban tenían muy buen gusto. De reojo contempló al hombre y estuvo seguro de que gran parte de aquella decoración la habría decidido él. Parecía tener buen gusto y sus pretenciones se cumplieron cuando el desconocido le dio la espalda para empezar a desnudarse y Sing pudo apreciar los tatuajes que parecían cobrar vida en la piel de sus brazos. Parecían latir con intensidad propia y brillar más que las propias telas que decoraban la estancia. Alexei tuvo ganas de tocarlos con sus propios dedos para saber si serían reales, pues no lo parecían.

La propuesta del hombre acerca de lo que tendrían que hacer aquella noche le compadeció y deseó realmente poder darle una respuesta positiva, pero bien sabía que aquello era ni más ni menos lo que Sing esperaba que hiciera. En cuanto a sus oídos llegara la buena nueva, lo pagaría Alexei con creces.

¿Eres tan estúpido como pareces? —preguntó, usando el tono de voz poco compasivo y burlón habitual de Sing. Sin desvestirse siquiera se dio la vuelta y contempló el cuerpo del hombre sin un ápice de vergüenza. Más bien parecía sentirse superior a él. Alzó ambas manos y esperó en aquella posición, formando una T, que fuera Achilles quien se acercara a él para desvestirle como el príncipe rocambolesco de las tinieblas que creía que era—. ¿Para que voy a haber venido si no es para ésto? ¿Crees que una figura tan importante como la mía puede permitirse perder el tiempo? Parece que esta noche tendré que ser el doble de exigente contigo para compensar estos minutos llenos de estupidez que han llenado el ambiente de la habitación —le aseguró, alzando su mentón y soltando una carcajada burlesca.

Además, hueles a sudor, no creas que no lo he notado. Voy a empezar a pensar que crees que tu vida diaria es más importante que yo. Deberías estar todo el día preparándote para mi llegada. Cuidándote. Cuidando tu cuerpo. Al fin y al cabo, ¿no es solo por eso por lo que te pago? —le preguntó de modo cruel. Cada palabra que salía por su boca parecía dejar heridas punzantes en su lengua. Hablarle de aquel modo tan horrible a otra persona era de lo que menos le gustaba. Para Sing, todos eran hormigas. Alexei no podía soportarlo—. Vamos, desnúdame —le pidió, recordándole a Alexei que seguía con los brazos abiertos esperando a una atención que no había llegado. En cuanto las manos grandes y anchas del hombre se acercaron a él, Alexei no pudo evitar temblar ligeramente en respuesta.

La piel del hombre transmitía un calor que él desconocía y que no estaba relacionado con la excitación del momento. Alexei no sabía por qué, pero deseó poder ser él quien se viera envuelto por aquellas manos y no Sing. Deseó poder ser sincero y no tener que estar haciéndole daño porque sí. A saber qué le habría prometido el macabro de Sing a ese pobre hombre para tenerle comiendo de la mano.

Al notar las manos desconocidas sobre su cuerpo con cierta gentileza, Alexei sintió que se rompía por dentro, pero lo soportó. O al menos intentó aparentarlo.

¿Qué te he dicho antes? Con brusquedad. No seas nenaza.
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Mensaje por Achilles M.Sutherland Dom Dic 18, 2022 10:32 pm

Permanecía aún de espaldas al chico cuando escuchó su respuesta, y los largos y ásperos dedos de Achilles se crisparon sobre su cinturón cuando intentaba dejar todos sus cuchillos en orden y de forma que no arañasen la madera de la cómoda, si es que quería evitar que Caliope lo enviase al mundo de los espíritus en el fondo del mar. Intentó pensar en ella, regentando todo aquel edificio, y en el resto de chicas que eran muy consciente de lo que estaba a punto de hacer por todas ellas antes de dirigirse a desvestir al más menudo.Detrás de él, sus hombros subieron hasta tensarse cuando cogió aire lentamente, y casi parecieron relajarse cuando lo soltó despacio en un suspiro que sin embargo no relajó su semblante ni despejó su mente como había pretendido. En gestos automatizados, recorrió sus propios dedos, quitando de ellos los numerosos anillos que solían adornarlos y dejándolos en la mesilla junto a la cama, y cuando fue a quitar el último de ellos, la voz de Sing penetró de nuevo sus tímpanos hasta el mismísimo centro de su cerebro, un lugar que parecía punzar cada vez que pensaba tan solo en estar  a su lado. Aquel día el tiempo gastado en la forja debía de haber dado sus frutos, porque la migraña no parecía estar acechándole. Quizás el humo que aún quedaba en el interior de sus fosas nasales lo tuviera más embotado de lo que creía. Se dejó aquel último anillo en el dedo anular de la zurda, su mano dominante, y se acercó por fin al chico, que tenía como era habitual aquella mueca en el rostro conforme seguía hablando e impacientándose. Aquella verborrea no solía ser lo suyo, él era directo e insultante, sin dar tantos detalles. Ahora estaba recreándose en sus propios insultos, como si además de dedicárselos, se los tuviese que explicar. Achilles apretó la mandíbula pero comenzó con su tarea desabrochando elaborados botones, desatando finos cordones y retirando lujosos abalorios.

—No hago nada de esto por el dinero, lo sabes perfectamente. No necesito tu dinero, y aunque lo necesitase sería el último que querría…—no se cortó en contestar aquello. No habría podido contenerse aunque quisiera, pero tampoco es que a Sing le importase, al contrario. Solía deleitarse en tenerlo comiendo de su mano. Podría conseguir dinero en cualquier otra parte, pero no era por ello por lo que ninguno de los dos estaban allí—. Lo hago porque no vuelvas a ponerle la mano encima a ninguna de las chicas.

Era su trato. Desde el principio, desde que la primera vez que había pisado aquel lugar había terminado con una chica aterrorizada y traumatizada posiblemente para lo que quedaba de vida, Achilles había hecho jurar a Sing que no pisaría el Anzuelo más que para dirigirse allí, directamente a La Azucena Azul, sin importunar a nadie. En un principio, el chico había mencionado tan solo a las chicas que allí trabajaban. Pero pocos días después supo de su error. Por supuesto, Sing sabía que Sybil era importante para él. Y por supuesto se las apañó para llegar hasta ella. La cosa pudo salir mucho peor, y por suerte Achilles fue lo suficientemente claro, espada en mano, puntualizando sus partes del acuerdo. Además, Sybil,, aunque un tanto alterada aún, era una líder fuerte y una mujer que no se dejaba amedrentar fácilmente, y menos cuando alguien amenazaba el Anzuelo. El trato quedó sellado con la propia líder del lugar como testigo. Y por eso ahora Achilles estaba donde estaba, haciendo algo que no quería pero que ocurría rápido, y que salvaba a quienes apreciaba. Sin embargo, aquella tarde su cabeza no dejaba de intentar encajar unas piezas que no parecían querer casar unas con otras. Había algo distinto en todo aquel ambiente, y Achilles no podía distinguir exactamente qué era. ¿Sería él mismo? Se esforzó por concentrarse; si era así, Sing también acabaría por notarlo y no lo iba a dejar pasar. Sus manos bajaron por las caderas ajenas, tan estrechas que sus manos parecían poder abarcarlas. La forma del chico era tan delgada que su torso, su espalda, sus hombros…podrían perderse sobre la figura de Achilles. Sus dedos desabrocharon el abotonado fajín que hacía las veces de aquella especie de corsé. Sabía que era algo distinto a lo que llevaban las mujeres, pero no tenía ni idea de cómo se llamaba. Probablemente tan solo aquella prenda costaría más que todo el edificio. O que medio Anzuelo.

No supo qué pasó por su cabeza, pero por mucho que repudiara a aquel chico…sus manos se posaron un instante en sus pequeñas caderas, como si las midiese un momento. Y entonces lo notó perfectamente, cómo su cuerpo se estremecía. El movimiento lo descolocó. Aquello sí que no lo había imaginado. Se paró un momento así, apenas un par de segundos, pero los suficientes para salir escaldado. Volvió a apretar la mandíbula, y aunque en un principio solo pudo pensar en cómo aquello parecía una reacción a la defensiva, algo que jamás había visto en Sing, resopló por la nariz y, como siempre, obedeció.

—Como quieras— gruñó mientras cada una de sus manos se aferraban a los cierres de su camisa, tirando hacia los lados y desgarrándola por completo, los preciosos botones nacarados volando al suelo con pequeños sonidos casi lastimeros. Continuó rasgando aquella prenda y la echó a un lado sin cariño alguno, haciendo lo mismo con lo poco aún abrochado que quedaba del extraño corsé antes de alzar la mano para colar los dedos en su oscuro pelo, asiendo los mechones para tirar y hacerle alzar el rostro y que mirase hacia arriba, pudiendo así mirarle al hablar—. Casi podía preguntarme qué es lo que te hace venir aquí a conseguir esto, pero hace tiempo que dejé de pensar en lo que esa mente puede esconder. Ahora ve a la cama.

Lo soltó con la misma brusquedad que lo había cogido, dejando que se moviese para sentarse sobre el grueso y mullido colchón. Cuando se reclinó, sus manos tiraron del delicado ajuste de sus pantalones, bajándolos de una después de haber retirado sus botas. Ya solo quedaba la delicada ropa interior del delgado chico, pero aún no le prestó atención. Achilles se incorporó y él mismo se abrió la ya amplia y escotada camisa, dejando que cayese al suelo, a sus pies mientras permanecía a los pies de la cama observando al otro muchacho, y señaló con un gesto la cómoda llena de cajones al otro lado de la estancia.

—¿Cómo quieres que sea hoy? ¿Necesitaré alguno de tus sádicos juguetes?
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Mensaje por Alexei Darken Lun Dic 26, 2022 11:52 am

Alexei se estremeció ante las palabras del otro hombre. “Lo hago para que no vuelvas a ponerle la mano encima a ninguna de las chicas”. Apenado, apartó la mirada del cuerpo de Achilles y agradeció que éste no le estuviera devolviendo la mirada. Ese hombre era noble. Era leal. Y estaba haciendo todo aquello con el único propósito de proteger aquello que quería. Por desgracia, ése era el tipo de hombre a quien Sing más amaba destrozar. A Sing le importaban un comino las chicas, el prostíbulo y los pactos; si estaba allí, era únicamente para seguir jugando con la mente de aquel pobre infeliz. En el momento en el que Achilles se rompiera y se echara a llorar a sus pies, el juguete dejaría de tener gracia y podría ser pateado a un lado de la habitación para que Sing encontrase su siguiente divertimento. Alexei también era así: le entretenía mientras se mantuviera fuerte y siguiera mostrando rechazo ante sus ideas. Ambos eran marionetas a manos del joven dictador.

Mentiría si dijera que no tuvo ganas de echarse a llorar cuando Achilles empezó a desvestirle. Él mismo le había pedido que fuera así, pero la rudeza de sus movimientos sobre su piel provocaron que Alexei lo supiera: estaba recibiendo un odio que no iba dirigido a él. El odio y la violencia pertenecían a Sing, pero él estaba entre él y su objetivo para detenerlo. Supuso que aquella sería otra de las ventajas del chino: él podía tirar la piedra pero siempre tenía a otro a quien acusar de las consecuencias de su lanzamiento. Sentir las manos de Achilles sobre su cuerpo y cintura le provocaron un pequeño escalofrío pero la sensación de estar siendo tratado de un modo violento que no merecía fueron superiores e hicieron que mentalmente se hundiera todavía más en el pozo de desesperación y angustia.

La sensación no mejoró cuando Achilles se aseguró de decirle que hacía mucho tiempo que había perdido el interés en cuanto a las intenciones de Sing se trataba. Alexei sí lo entendía. Sí sabía qué era lo que pretendía el chino. Y estuvo a punto de abrir la boca para compartir ese secreto con Achilles, pero era demasiado tarde y Alexei no iba a jugarse su vida por ayudar a un pobre desgraciado del que tarde o temprano Sing se acabaría también cansando. Millones como Achilles habían pasado por las manos de su manipulador otro yo y millones como Achilles habían perecido ante sus juegos. El único que seguía en pie en el tablero era él porque pese a todo, seguía siéndole fiel al monarca.

¿“Ahora ve a la cama”? Creí que habíamos dejado claro que yo era el que estaba al mando hoy 一mencionó antes de hacer exactamente lo que Achilles le había pedido que hiciera. Se dirigió hacia la cama y notó la suavidad del edredón bajo sus dedos antes de pegar un salto y subirse encima de él. Pegó su espalda contra el colchón y contempló a Achilles en silencio, contemplando como él hacía lo propio para subirse sobre él. De nuevo la sensación de náuseas y de ser odiado de modo injustificado le invadió cuando el hombre tiró de sus pantalones hacia abajo para sacárselos, sacudiendo su cuerpo con la embestida. Su expresión no pudo esconder un brillo de disgusto en cuanto escuchó que Achilles preguntaba sobre los juguetes eróticos. ¿Qué tipo de monstruosidades habrían hecho aquellos dos? ¿Cómo podía Sing ser tan desgraciado? Alexei se mordió el labio inferior para contestar pero sólo surgió de su garganta un gemido retorcido de pánico.

Fue entonces cuando fue consciente de ello. No podía hacerlo. Se había roto.

Había pasado demasiados años al servicio de Sing, había vivido demasiado. Se había cansado de acostarse con cualquiera que él le pidiera, de seguir todas sus órdenes a rajatabla. Y aunque hubiera estallado delante de aquel desconocido, también podría haberle sucedido delante del propio Sing. Pensando en lo que habría hecho él de haberlo presenciado, Alexei pensó en que dentro de lo que cabía, había tenido suerte de romperse ante aquel desconocido. Siempre habría podido atribuirlo a la expectativa de lo que estaba por llegar o a alguna otra mentira que dejara tranquila la mente del hombre que tenía delante. Cubriéndose la cara con los brazos y encogiéndose en un rincón de la cama, Alexei se permitió llorar y no fue un movimiento silencioso sino que su pecho empezó a contraerse al ritmo de su respiración acelerada. Empezó a hipar sin poder evitarlo y olvidó rápidamente que había otro hombre en aquella habitación con él hasta que una mano mucho más grande que la suya rozó su espalda. Fue entonces cuando reaccionó y la vergüenza con la que contempló el rostro de Achilles quedó grabada en su húmedo y rojizo rostro surcado por las lágrimas.

Haz lo que quieras 一le pidió, visiblemente invadido por el ataque de pánico que le dificultaba la respiración一. No te fijes en mi. No se lo cuentes a nadie. Por favor.
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Mensaje por Achilles M.Sutherland Vie Ene 06, 2023 11:55 pm

Achilles se quedó allí, de pie frente a la cama y frente al menudo chico, esperando su respuesta y rezando porque, al menos aquella vez, no le sorprendiera. Intentó concentrarse en pensar por qué hacía aquello, y no en recordar las veces que Sing había decidido innovar con sus ocurrencias en cuando a las actividades con él. Intentó no recordar a cuántas personas había hecho daño de aquella forma tan retorcida. Cómo había asustado a las chicas, cómo había intentado llegar hasta la Capitana…probablemente fue la única vez que vio los ojos de Sybil reflejar miedo, y cada vez que lo recordaba tenía que controlarse para no terminar con todo. ¿Qué le impedía realmente acabar con la vida de aquel chico? Lo tenía muy fácil. Sí, debería enfrentarse a las consecuencias después, pero ¿qué consecuencias habría que fueran peores que esa mente retorcida? El ceño de Achilles estaba fruncido, y eso daba a la cicatriz que cruzaba su rostro un aspecto aún más amenazador. Apretó los puños, escondidos en sus brazos cruzados, y mantuvo la mirada en los ojos de Sing. Y entonces, como ocurría cada vez…no pudo evitar verlo, ver que apenas era un muchacho. Posiblemente el más enfermizo que hubiese conocido, y eso que había conocido a personas que eran peores que las ratas. Pero, ¿qué podía tener? ¿veinte años? ¿veintidos? ¿Sería capaz de simplemente rebanarle la garganta y verlo desangrarse? ¿O apretar su cuello hasta que su rostro se volviese azulado y la falta de oxígeno hiciese a su cuerpo dejar de responder? Achilles chasqueó la lengua y apartó la mirada. En el fondo no era más que una cobardía, pero no podía reprimirlo. Él no era así. Pocas veces en su vida había tenido que matar, y desde luego no había sido por gusto. Siempre habían sido peleas que se habían ido de las manos, o defensas para evitar que el Anzuelo se viese perjudicado, e incluso para evitar ataques al Morey, el barco a cuya tripulación pertenecía. Nunca había sido un asesino, no había tenido que mirar a un chiquillo a los ojos y pegarle un tiro en las tripas, y prefería no tener que hacerlo. Respiró hondo y observó el pálido rostro de Sing, dispuesto a enfrentarse a la oscuridad que le esperara en su imaginación y que sus ojos reflejaran conforme él mismo subía a la cama, y sobre su cuerpo.

Pero no fue eso lo que encontró.

Estaba tan concentrado en no pensar, en hacer que simplemente pasara rápido, que había mirado los ojos de Sing sin fijarse en ellos. No hasta aquel momento en que los miró de verdad. Y vio en ellos algo muy distinto a nada oscuro o retorcido. Vio una mirada tan inocente que sintió miedo. ¿Habían sido así siempre los ojos de Sing? ¿O no se había fijado en ellos antes? No…había mirado esos ojos muchas veces, había visto las siniestras intenciones en ellos. Pero aquella mirada era otra. Era la mirada de un muchacho aterrorizado y roto. Achilles se tensó, manteniéndose aún sobre él, su peso sujeto por sus brazos y sus piernas en el colchón. Sus cuerpos no se tocaban, pero permanecían tan cerca como para apreciar la abismal diferencia en sus tamaños, y más en este momento, cuando el menudo cuerpo ajeno parecía ovillarse y buscar un refugio que claramente no tenía.

—¿Qué…?—fue lo único que pudo pronunciar con claridad. Intentó observar su rostro una vez más, poner sus pensamientos en orden y entender lo que estaba viendo, pero el muchacho seguía intentando esconderse. ¿Esconderse de él? ¿Sing?

Desde luego, algo iba mal, y por mucho que quisiera comprenderlo, no podía seguir forzando e imponiendo al muchacho. Por un segundo había pensado que fuese uno de sus nuevos jueguecitos, una retorcida actuación…pero solo le había hecho falta mirar los ojos de Sing…de aquel muchacho…para saber que verdaderamente estaba aterrorizado. Achilles se levantó de la cama y se aseguró que la puerta de la habitación estaba cerrada con seguro, y se acercó a la ventana para cerrar las cortinas. Después, cogió su propia bata de seda que permanecía doblada sobre el biombo. Era una prenda que las chicas le habían cosido, una verdadera delicia que Achilles sentía que era demasiado bonita y cara para él. Era roja, y tenía dragones marinos bordados en cobre. Solía dejarla allí para después de haberse aseado (y en ocasiones, curado, tras una sesión con Sing). Pero esta vez se acercó al chico y le colocó una mano en la espalda, intentando al menos que lo mirase, saber qué ocurría. No obtuvo respuesta, así que echó la bata sobre su tembloroso cuerpo semidesnudo. Fue como cubrirlo con una sábana preciosa, de tan grande que le venía, pero al menos, o eso le parecía, le proporcionó algo de refugio. Continuó rozando su espalda con las manos, notando lo delgado que estaba, y aún así le resultaba grácil, delicado…un ave perdida, o una taza de porcelana, de esas que Achilles jamás se atrevería a usar por miedo a romperlas.

—Está bien…respira…—no sabía si hacía bien en consolarlo. ¿De verdad estaba aquel chico derrumbándose ante él? Mientras intentaba sacar algo con sentido de todo aquello, pareció despertar de una especie de trance, pero el pánico no desapareció. Al contrario. Ahora tenía miedo por lo que podría haber podido pasar y….por lo que podría pasarle, estaba claro—.No voy a hacer nada. Ni le voy a decir nada a nadie. Intenta respirar.

Casi sin pensarlo, Achilles calentó las palmas de sus manos y posó una de ellas en la espalda del muchacho, la otra en su pecho, intentando que la calidez lo ayudara a calmarse. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza, y ninguno de ellos tenía demasiado sentido, pero empezaba a tener claro que aquella persona no era la que él había conocido tantas otras veces. Y tenía tanto miedo como cualquiera que se cruzase en su camino. No sabía qué estaba pasando, pero aquel chico asustado temía algo fuera de su control, y probablemente fuera del control de Achilles, pero no podía simplemente ignorarlo e irse. Rozó su espalda una vez más, intentando que dejase de llorar o al menos pudiera respirar sin ahogarse.

—Quiero ayudarte, pero está claro que hay algo que te asusta y necesito saber qué es, qué está pasando o por qué estás haciendo esto…
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Mensaje por Alexei Darken Sáb Ene 28, 2023 8:36 pm

Todo fue bruma para Alexei hasta que de pronto notó la calidez de una tela extrañamente suave. Como doble de Sing, Alexei había probado las telas más caras y exclusivas que la influyente familia del muchacho podía haberle proporcionado y había sido abrazado por las más apreciadas vestimentas, pero todo aquello le pareció frío y lóbrego comparado con el tacto afelpado del albornoz que aquel hombre le puso sobre los hombros. Colocándoselo mejor para que le tapara también parte de la cabeza, Alexei se preguntó cuánto le habría costado aquella tela a Achilles o dónde la habría obtenido. También pensó en su valor sentimental y llegó a la conclusión de que lo más seguro era que él no se la mereciera en absoluto. No con los crímenes que había cometido y que aun pesadas sobre sus espaldas. En un capricho infantil, sintió la necesidad de quitársela de encima pero terminó cediendo cuando notó la mano ancha y cálida de Achilles sobre su espalda, proporcionándole más cariño del que nunca había recibido.

Ajeno a sus propios pensamientos autodestructivos, Achilles colocó también una mano sobre su pecho desnudo e intentó acompañar al ritmo de su respiración para calmarle. Por extraño que pudiera resultarle a Alexei, la treta funcionó. Poco a poco fue tranquilizándose y con ello también siendo consciente de que se había roto delante de un completo desconocido que bien podría rebelar a Sing todo cuanto había contemplado. Aquel pensamiento le proporcionó una nueva oleada de angustia que la mano de Achilles se encargó de reducir, cálida y ancha bajo sus pectorales. Llevando su mano sobre la del hombre, Alexei fue consciente de la diferencia de tonos de piel entre ambos, así como de la diferencia de tamaños. Su mano ocupaba apenas la mitad de la superficie de la de Achilles y pese a todo, aquello le hizo sentir protegido. Abrazó la mano que él mantenía sobre su pecho y por fin consiguió calmarse, limpiándose del rostro los rastros húmedos de las lágrimas.

Alexei sintió que se quedaba sin aliento cuando el otro hombre le aseguró que quería ayudarle y le preguntó qué le asustaba. Con expresión descompuesta, dirigió sus ojos azulados al rostro de Achilles y le miró por primera vez. El rostro del desconocido era ancho y afilado y aunque tuviera algunas cicatrices repartidas por la piel, le pareció el más bello que había contemplado nunca. Los ojos de Achilles le contemplaban con sincera preocupación pese a que realmente no le conociera —o peor, pese a lo que Sing le había hecho con el rostro que compartían— y Alexei sintió que de nuevo podría echarse a llorar con facilidad. En aquella ocasión, no obstante, apoyado por la ancha mano del hombre sobre su pecho, se resistió. Cuando habló, sus ojos permanecieron atentos analizando las respuestas del otro.

Soy yo quien me asusta. Es todo lo que he hecho y todo lo que haré. Es lo que me sucederá si esto sale de aquí —le confesó, con la voz ronca. “Si esto sale de nosotros”, quiso añadir, pero Achilles no le entendería. En cierto modo, estaba atrapado en un laberinto sin salida. Si le revelaba a Achilles que él no era Sing, Achilles sufriría las consecuencias. Si no se lo revelaba pero Achilles comentaba aquello con Sing, también habría consecuencias. Era, por tanto, mucho mejor guardar silencio al respecto y esperar a que ninguno de los dos volviera a tocar nunca el tema. Así lo esperaba Alexei, al menos. Achilles parecía un hombre inteligente, lo suficiente como para saber que si pronunciaba aquello ante los ojos fríos y crueles de Sing, no saldría con vida del encuentro—. Eres tú quien me asusta. Tu amabilidad. Ésto —musitó en un añadido, acariciando la capa que le cubría la espalda—. No deberías estar consolándome. Estoy seguro de que te he hecho cosas horribles a ti y a los suyos —exclamó finalmente, echándose las manos al rostro para cubrírselo. No soportaría ver rechazo en la mirada de aquel hombre.
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Mensaje por Achilles M.Sutherland Sáb Abr 15, 2023 2:02 am

Poco a poco, y por suerte, el muchacho se fue calmando. Las manos sobre su cuerpo, pese a que habrían podido causar el efecto contrario, detalle que Achilles no había tenido en cuenta, parecían haber aliviado su respiración agitada y aplacado los sollozos en su garganta. Cuando volvió a hablar para contestarle, estaba más tranquilo, pero la angustia aún seguía brillando en sus ojos. Achilles se retiró para dejarle espacio y que pudiera seguir hablando, pero a cada cosa que decía, en su cabeza aquellas piezas del rompecabezas que se había formado, encajaban menos. Desde que lo había visto, algo en sus ojos le dijo que no era el Sing de siempre. Y a cada palabra, aquello parecía tener sentido, y al mismo tiempo perderlo; ¿cómo iba a haber cambiado tanto alguien tan despreciable, de la noche a la mañana? Los monstruos podían redimirse, pero la maldad de Sing superaba a la de cualquier monstruo que pudiera o no habitar la tierra.

—Te doy mi palabra, nada de esto saldrá de aquí— volvió a repetir cuando el chico confesó su miedo por las consecuencias—. Aquí estás a salvo.

Si se hubiese escuchado desde fuera, él mismo se habría querido dar de golpes hasta perder la consciencia. No era posible que estuviese invitando al ser más despreciable que había pisado el anzuelo a quedarse entre las puertas de lo que él consideraba hogar. Lo destruiría desde dentro. Lo llenaría de veneno y después le prendería fuego. Y aún así, no podía ver ese peligro en sus ojos, no se disparaba ese instinto animal que animaría a cualquiera a protegerse del muchacho. No dejaba de asomarse a ellos, buscando aquel peligro, y no encontraba ni rastro de él. Y se negaba a pensar que fuese porque su instinto de supervivencia se hubiese extinguido hasta tal punto.
Fue entonces cuando aquellas palabras salieron de los labios de Sing y encajaron perfectamente en la cabeza Achilles. Él podía no ser el lápiz más afilado de la caja, por así decirlo, pero detectó enseguida aquello que le extrañaba de sus palabras.

“Estoy seguro de que te he hecho cosas horribles a ti y a los tuyos”

Hablaba de aquello como si no estuviera presente. Como un monstruo que pierde la conciencia de sus actos y vuelve a recuperarla. Como alguien al que le hubiesen contado todas aquellas historias y ordenado a llevar a cabo una de ellas. Sin embargo, podía ver cómo ser descubierto le aterrorizaba. Ahora lo veía claro. Aquel chico no era Sing.

Pero tenía que fingir serlo.

Y aquello era incluso peor. Achilles suspiró, llevándose una mano a la frente para acariciarse las sienes. Había esperado un día como olvidarlo, pero no uno que le diese un asunto con el que estrujarse los sesos. Él se dedicaba a la fuerza física, a ser un guardián, un pirata o un herrero según aconteciese. La de los planes, las estrategias y los rompecabezas era Sybil. ¿Podría contarle aquello sin poner al chico en peligro? Y lo que era más importante: ¿podría contarle aquello sin que la pelirroja le apuntase con su revolver nada más escuchar la idea de proteger a Sing?


Su mano volvió a acariciar la espalda ajena, esta vez para posarse sobre su hombro y apretarlo apenas ligeramente en un gesto que intentaba ser reconfortante.

—De nada sirve ahora pensar en todo eso, no si queremos mantenerte a salvo. Al menos hasta que entienda todo esto— arqueó una oscura ceja y lo miró de soslayo. Estaba claro que el chico estaba demasiado asustado para contarle nada más, o simplemente no podía hacerlo, así que lo que necesitaban, de momento, era tiempo—. Nadie se enterará de esto, fingiremos que ha sido un día como todos los demás, ¿de acuerdo?

Se bajó de la cama y caminó hasta la ropa destrozada que él mismo había arrancado del cuerpo del joven. Cogió aquel montón de prendas hechas jirones y fue con ellas sujetas hasta la cómoda, donde había dejado los cuchillos. Con su recién parida creación, aquel bonito cuchillo con grabados, llevó la hoja a su propia palma de la diestra, haciendo allí un corte que probablemente dejaría cicatriz en una zona tan tierna, pero ante cuyo dolor no hizo ni siquiera un mínimo gesto. Aquello no era nada para las heridas que había recibido a lo largo de su vida, o a las quemaduras que él mismo se había causado por errores en la fragua. Cerró el puño y dejó que la sangre manchara algunas de las prendas. Después, abrió uno de los cajones y sacó de él ropa de la talla del moreno. Él mismo mandaba prepararla de una vez para otra, porque era muy habitual que las ropas de ambos quedase inutilizable. ¿Él mismo? No…Sing. El de verdad. Sacudió la cabeza, seguro de que solo conseguiría una migraña si seguía intentando entenderlo, y se giró hacia él con la ropa en las manos, la destrozada, y la nueva. Una simple blusa amplia, de color pardo, unos pantalones de seda anchos y un chaleco bordado con detalles en dorado. Le dejó el montón de ropa nueva sobre el regazo, y alzó en la mano cortada las prendas ensangrentadas.

—Así es como habitualmente acaba nuestra ropa. Y suele…sueles, llevártela. No me digas para qué, no quiero saber si obligas a alguien a lavarla y coserla— encogió uno de sus hombros, carraspeando antes de girarse para que el chico se cambiase. Normalmente no había ya pudor entre ellos, pero en aquella situación…le pareció lo correcto. Que tuviera un mínimo de intimidad, al menos—. Mantente tranquilo, y nadie notará nada. Despéinate un poco, y pellízcate las mejillas para darles color. Tiene que parecer que acabamos de tener bastante actividad. Solemos pasar juntos un par de horas, algo más a veces, así que aprovecha este tiempo para descansar y tranquilizarte.

Tomó aire en un suspiro. No se creía a sí mismo a punto de decir lo que tenía en la punta de lengua, como quemándole. Pero sentía que tenía que hacerlo. Tenía muy mala sensación de lo que pudiera pasarle al muchacho al que ahora daba la espalda.

—Si algo sale mal, si estás en peligro y lo necesitas…escapa y vuelve aquí. Estarás a salvo, tienes mi palabra.
Achilles M.Sutherland
Achilles M.Sutherland


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