Esperanza ambarina | Achilles

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Mensaje por Alexei Darken Lun Abr 17, 2023 5:42 pm

El pequeño príncipe, como Sing le había llamado con sarna mientras había jugado con sus cabellos apenas aquella mañana, corría. Corría como si le fuera la vida en ello. Corría tanto que hacía ya horas que se había quedado sin aliento, pero no había sido querido parar. Tampoco hubiera podido. Tenía la sensación de que el demonio que le perseguía respiraba ya contra su acalorada y sudada nuca. Los pulmones le palpitaban con fuerza y le dolían como si fueran a explotarle en cualquier momento. Las plantas de los pies desnudas, que le habían quemado en contacto con el suelo al empezar a correr, hacía horas que se le habían adormecido y habían empezado a adquirir un tono violáceo para nada encantador. Mientras se ahogaba avanzando, Alexei agarraba con fuerza un encendedor, uno de los pocos regalos de Achilles que había conseguido mantener ocultos de la mirada juiciosa de Sing y de su burlona sonrisa. Las esquinas del objeto se le clavaron sin piedad en la delicada piel de sus manos hasta hacerla sangrar pero aun así Alexei no lo soltó; lo estrechó como si la última llama de esperanza que le quedaba residiera en ese encendedor.

Desconocía cuánto tiempo había permanecido oculto. El último capricho de Sing había consistido en encerrarle en un sótano que desconocía durante semanas, alimentándole únicamente a base de agua y pan. Sing había disfrutado con su humillación. Le había ordenado que le suplicara de rodillas poder comer sosteniendo las migajas de pan entre sus largos y refinados dedos y le había mantenido a oscuras durante semanas únicamente para aumentar su propia locura. Había jugado con su cuerpo a capricho y le había pateado hasta cansarse cuando Alexei había perdido las ganas de seguir participando en sus juegos. La cara del muchacho estaba amoratada e hinchada, con varios cortes en la zona de su labio y ceja. Tenía varias fracturas internas que se habían curado como habían podido y estaba seguro de que alguna costilla se le habría roto —si no había sido así, sin duda sí habría terminado de rompérsele con la carrera que protagonizaba en ese momento—.

Había tenido ganas de dejarlo todo. Ganas de dejarlo morir. Y el único motivo por el cual había seguido viviendo había sido por los recuerdos que conservaba de Achilles. Se había aferrado a ellos como a un clavo ardiendo y la sonrisa del hombre cuando le contaba algo que aparentemente tenía la gracia justa le había dado la fuerza suficiente como para dar una bocanada más. Seguir adelante. Achilles le había descubierto por error del propio Alexei y el muchacho era bien consciente de que de haberse roto delante de alguien más, habría podido sufrir unas consecuencias crueles que no llegaba ni a imaginar. Cualquiera podría haberse aprovechado de él. Sing podría haberle arrancado la piel de la cara pedazo a pedazo. Y aun así no había sucedido. Achilles le había apoyado… y en el tiempo que había pasado desde que le conocía, había sido amable y abierto con él. Le había intentado regalar buenos momentos, le había hecho soñar sobre otra vida, una que no estuviera relacionada con la dictadura de Sing. Alexei ni siquiera había intentado luchar contra los designios de su corazón. Había sido fácil. Se había enamorado tan rápidamente de él que le resultaba imposible incluso negárselo a sí mismo.

Pese a esa aceptación, Alexei no corría por amor. No era tan inocente. Corría porque en su cabeza hacían eco las palabras de Achilles. Su petición de acudir a él si en algún momento pasaba algo. Y había pasado. Había pasado seguramente un mes antes, durante el encierro. Había pasado mientras Sing se divertía hundiéndole la cabeza en el balde de agua hasta hacerle perder el conocimiento y cuando recuperaba la consciencia únicamente para ser hundido de nuevo. Alexei había alcanzado su límite. Aquella mañana, aprovechando un descuido de Sing (el único que había tenido en mucho tiempo), Alexei había echado a correr. Había corrido tanto que sólo se había detenido cuando sus pies se habían tropezado y se había caído al suelo cuan largo era. Y pese a aquello, había seguido, con la nariz sangrándole del golpe y las rodillas arañadas. A mediodía había empezado a llover en la ciudad y aun asi, Alexei no se detuvo. Tampoco cuando aquello que le rodeaba empezó a parecerle conocido.

Sólo cuando hubo reconocido una puerta, se lanzó sobre ella. Con ambos puños golpeó la madera carcomida y se dejó caer, a caballo entre la consciencia y la inconsciencia. Intentó recuperar la respiración mientras esperaba y cuando la puerta por fin se abrió, hacia el interior, su cuerpo cayó como un peso pesado sobre la figura que optó por abrir. Cabizbajo como se encontraba, Alexei no iba a ser reconocido por los enemigos de Sing. Cabizbajo como se encontraba, tampoco podía ver qué persona había recibido su golpe. Alexei tampoco se fijó. Confundió a la mujer que le había abierto la puerta con Achilles y dejó que su llanto, junto a su cuerpo empapado por la tormenta, se relajaran contra la calidez de otro ser humano.

Me dijiste que podía venir su sucedía algo —le recordó. Su vo ronca transmitía todo el dolor que sentía. Sólo entonces, tras el gritito de sorpresa de la persona que le sostenía, el muchacho fue consciente de que no se encontraba frente a Achilles. Alarmado, levantó la cabeza y su expresión perdida se encontró con los ojos maternales de una desconocida. Sin dejarse influenciar por su apariencia afable, Alexei se alejó. El movimiento le hizo trastabillar, pero consiguió mantener el equilibrio. Con la mirada perdida, negó con la cabeza e hizo amago de alejarse—. Perdón… —se disculpó. Y en su mente aquella era la pareja de Achilles y él el único que aparecía en su vida para ponerla de patas arriba de nuevo. Había sido un necio. Achilles había sido amable con él y él se había creído con el derecho de inmiscuirse en su vida. De buscarle. Estrechó entre sus manos la ropa roída y vieja que llevaba, toda ella empapada pegándosele al cuerpo y volvió a bajar la cabeza antes de darse media vuelta para marcharse.
Alexei Darken
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Mensaje por Sybil Blackwood Dom Jun 11, 2023 2:18 am

—Iba a decirte que me recordases por qué soy yo el único que prepara la cena mientras tú miras, pero después he recordado una vez más que cocinar no es una de las cosas que haces bien.

Sybil ni siquiera alzó la mirada del libro que estaba ojeando, o mejor dicho, las imágenes de bonitas prendas del catálogo de una boutique que tenía entre las manos, cuando dejó escapar una risita muda ante las palabras de Achilles. El hombre estaba de espaldas a ella, sobre los fogones, revolviendo en una sartén de hierro fundido unos huevos con cebolla para acompañar a los peces abiertos y a la plancha que ya había preparado, todo bajado con un buen cazo de sopa caliente. Era habitual para Sybil, cuando se avecinaba lo que se pensaba era un día tranquilo a la jornada siguiente, pasar la noche en casa de Achilles. Por mucho que ambos tuvieran acomodadas casas dentro del Anzuelo, estaban demasiado acostumbrados a pasar tiempo juntos desde pequeños. Por no hablar de que convivían codo con codo cuando pasaban largas temporadas viajando con el Moray. Así, siempre terminaban pasando alguna que otra noche juntos, disfrutando la increíblemente deliciosa comida de Achilles y contando anécdotas como si no pasaran día tras día viviendo y trabajando en el mismo lugar. A veces el Anzuelo se les quedaba pequeño, y muchas otras se hacía demasiado grande y agotador.

—¿Así le hablas a tu líder y capitana después de un día tan duro?— la pelirroja hizo un mohín, los labios pronunciados en un puchero y los grandes ojos pestañeando como un cervatillo inocente.

Achilles ni la miró.

—La capitana puede levantar el culo de la silla y preparar la mesa

Sybil rodó los ojos y se levantó, dejando la revista. Se ajustó el batín de seda que llevaba sobre la amplia camisola y los cortos pantalones que suponían su ropa de dormir. Le gustaban los lujos como a cualquiera, pero casi nunca se los permitía. Prefería vender todo lo que encontraba y “se ganaba” en sus viajes como corsaria y mejorar la situación general del Anzuelo, pero sí que se permitía algún que otro capricho de vez en cuando. Sin embargo, aquel batín de color rosa empolvado era un regalo de las chicas del Edén. Para ella era algo más que una obra de arte de la costura; era la prueba de que en el Anzuelo, todos se cuidaban unos a otros. Manteniendo una pequeña sonrisa en los labios, caminó hasta el pequeño comedor, que no era más que una extensión de la cocina, que se comunicaba por un pasillo alrededor del pequeño patio interior. Su casa y la de Achilles eran muy parecidas, pero él había sacrificado algo de espacio con tal de que la puerta trasera se comunicase con su querida forja. Tampoco es que Sybil tuviera dónde elegir: debía ocupar la casa de su padre, la residencia del líder de los Saorsa y organizadora del Anzuelo. No se quejaba; daría la vida por aquel lugar y poder mantenerlo.

—¿Sabes? Creo que en Ararat, tienen pantallas que emiten imágenes ellas solitas. ¿Puedes imaginarlo? Nada de proyectores, ni siquiera los que tienen el sonido incorporado. Es algo aún más moderno. Imagínate algo así en el Anzuelo.

La risa de Achilles le llegó desde la cocina, mientras ella acomodaba la mesa de la sala de estar/comedor/pequeña biblioteca.

—Prefiero no hacerlo. Nadie trabajaría y no creo que esas pantallas tan modernas sirvan para sobrevivir. Pueden quedárselas, seguro que también las usan para decir a la gente cómo pensar, como todo. No quiero ni pensar en nada que pertenezca a ese lugar.

Sybil sonrió y asintió para sí misma. Por mucho que en ella siempre dominase el espíritu de conocer todo lo que hubiese más allá de cualquier frontera, tenía que estar de acuerdo con Achilles. No podía verse viviendo en Ararat, con un traje propio de la clase baja, asistiendo a misas y clases de comportamiento. Probablemente allá abajo alguien con su figura, su ropa desvergonzada y su carácter rebelde, fuera la imagen del mismísimo diablo. Iba a contestarle a Achilles, queriendo relatarle precisamente la imagen de ella misma con cuernos de carnero, lengua bífida y manos de garra, cuando alguien golpeó la puerta desesperadamente. El hombre salió automáticamente hacia la entrada, queriendo adelantarse a Sybil por lo que pudiera pasar, pero ella había hecho lo mismo. Se volvió y le señaló que estuviese tranquilo; aunque fuera de noche, algo tarde, probablemente tan solo sería alguno de los habitantes del Anzuelo por algún asunto familiar, alguien que necesitase un médico, o algún asunto de los barcos para el día siguiente. Fuese lo que fuese, ella podía tenerlo bajo control. Abrió la puerta, y apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando un cuerpo delgado, más alto que ella -cosa poco complicada- le cayó encima. Por suerte, era fuerte de sobra para sostener aquel muchacho desvalido que enseguida se puso a balbucear. Aquella voz…le sonaba enormemente. Ladeó el rostro, intentando distinguir las facciones del chico moreno. Apenas parecía tener fuerza para hablar, pero se disculpaba y sollozaba, desesperado. Parecía a punto de colapsar. Sybil quería poder hacer algo, pero casi no podía sostenerlo en pie. Cuando por fin, aquel chico pudo alzar el rostro y la pelirroja reconoció sus facciones, ella misma se sintió palidecer, casi tanto como el propio joven. Podría reconocer aquel rostro en cualquier parte, y no le traería ningún sentimiento bueno.

—Tú…

Tardó unos valiosos segundos en reaccionar, y se culpó por ello, pues el chico, un demonio con un precioso rostro, una escultura tan hipnótica como venenosa, huyó por donde había venido. En cuanto pudo reaccionar, a Sybil le rechinaron los dientes. Se llevó la mano al liguero de su ropa interior, extrayendo una diminuta daga y maldiciendo por haber dejado sus pistolas junto a su ropa, sobre el sofá de la sala de estar. Las armas de cuerpo a cuerpo no eran lo suyo, y por unos segundos rezó por tener la misma habilidad para lanzar cuchillos que una chiquilla de Brontë que conocía.
No le habría servido de nada, igualmente.
Cuando echó la mano hacia atrás, algo la sujetó, impidiéndole soltar el arma. Cuando se giró y vio el rostro serio de Achilles acompañando a su férreo agarre, estuvo segura de que debió mirarlo como si le hubiesen crecido colmillos y le saliesen tentáculos de la cabeza. Se creería antes aquella imagen que la que estaba viendo.

—¿Qué te crees que estás haciendo? No lo quiero aquí, y lo sabes.

—No vas a hacerle nada, Sybil. Lo hablaremos después, pero ahora no te queda otra que fiarte de mí— sujetó bien a la pelirroja cuando intentó zafarse, y sin esperar respuesta pasó junto a ella y salió de la casa sin mirar atrás, solo dedicándole una última orden—. Despeja el camino, seguramente esté herido.

A la capitana le habría resultado más fácil tragarse un anzuelo que aquellas palabras. No sabía qué estaba haciendo Achilles, pero no le gustaba. Apretó la mandíbula hasta que le rechinaron los dientes, pero guardó la daga y dejó la puerta abierta cuando volvió a entrar en la casa.[/b]
Sybil Blackwood
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Mensaje por Achilles M.Sutherland Dom Jun 11, 2023 2:26 am

Sus dedos se crisparon sobre la cuchara de madera con la que había vaciado la sartén en la que cocinaba cuando aquellos golpes sonaron con fuerza contra la puerta. Instintivamente, su mano viajó hasta su cinturón, donde siempre tenía, al menos, uno de sus cuchillos. No le gustaba ir armado hasta los dientes cuando Sybil estaba en casa, cuando se suponía que iban a compartir un día tranquilo, pero si era sincero, estaba seguro de que la capitana también escondía un arma por alguna parte de su cuerpo. Lo llevaban en la sangre. Y esperaba de corazón que aquello fuese una exageración de los dos, fruto precisamente de los instintos de ambos. Era mucho más agradable lanzarse pullas con Sybil toda la noche, que recibir una mala noticia de alguno de los habitantes de la costa. No tardó más de unos segundos en apagar los fogones y dirigirse a la puerta, y por mucho que quiso impedir que la pelirroja se adelantase, fue imposible. Ninguno de los dos estaba tenso en exceso, pero notaban la tensión; era puramente instintivo. Achilles frunció el ceño pero asintió finalmente, cerrando el puño en torno al puñal oculto. Nunca estaba de más ser prevenido. Por fin, la pelirroja abrió la puerta, y aquella figura se abalanzó sobre ella. Quizás, si a la voluptuosa figura de la capitana la hubiese acompañado algo más de altura, el desconocido hubiese quedado completamente oculto, pero este, siendo más de dos cabezas más bajo que Achilles, seguía sacando a Sybil una altura considerable. Y fue por ello, y porque había visto y tocado esa figura numerosas veces, que lo reconoció al instante. Los dedos se le aflojaron, y por un segundo temió dejar caer el puñal.

—Dioses, no…

Era el rostro que más había añorado ver desde hacía semanas, y probablemente el que más temía ver en aquel momento. Sintió un peso bajarse de sus hombros al saber que el muchacho estaba vivo, pero verlo de frente a frente con Sybil despertó una tensión en él que lo preparó como a un animal a punto de lanzarse con las fauces abiertas. Esta vez sí que fue lo suficientemente rápido, y casi sin pensarlo, quizás por esa llama que a veces se prendía en su interior, sus dedos se cerraron en torno a la muñeca de la pelirroja antes de que pudiera lanzar aquella daga que a saber de dónde había sacado. Le costaría olvidar la expresión de la capitana al mirarlo entonces, si es que llegaba a hacerlo. Por un segundo, dudó de si volvería a confiar en él, y más después de hablar y dejarle claro que no iba a dejar que le hiciese nada al inesperado visitante. Pero no se paró a comprobar si recibía respuesta por su parte; salió de la casa, y no tardó más de unas zancadas en alcanzar al chico, que ahora vagaba por las húmedas calles del anzuelo. Prefirió no imaginar qué habría pasado si no hubiese llegado a recordar la dirección que el mismo Achilles le dio. En el estado famélico en el que había podido verlo, lo más probable es que hubiese caído al agua desde los muelles, o que se hubiese desmayado en el más recóndito callejón.

—Eh, eh…—cuando lo alcanzó y puso una mano en sus hombros, casi pudo notar los huesos. Reprimió una mueca y lo giró sobre sí mismo para mirarlo, enmarcando su rostro con las manos, intentando comprobar hasta qué punto estaba herido. No se sentía orgulloso de poder decir que conocía los signos de una tortura a primera vista—. ¿Cómo se te ocurre salir corriendo? Está bien, estás a salvo…

El chico parecía demasiado débil incluso para hablar. Achilles intentó no fijarse en el estado de su cuerpo, o  no podría controlar las ganas de ir a quemar hasta los cimientos medio continente hasta que el culpable apareciese. Aunque algo le decía que conocía al indeseable perfectamente. Se inclinó lo suficiente para poder llevar el brazo tras los muslos del chico, su diestro mientras tanto sujetando sus omóplatos para así poder auparlo, llevándolo en sus brazos de vuelta al interior de la casa. Con suerte, nadie más lo habría visto, pero no era esa su prioridad en ese momento. Él mismo se encargaría de encubrir aquello con quien hiciese falta; si es que sobrevivía al intento de explicarle todo a Sybil. Cuando pasó la puerta y atravesó el patio hacia su propia habitación, la pelirroja cerró la puerta tras él, y lo tranquilizó un poco cómo se había encargado de preparar la cama para tenderlo, encendiendo la pequeña estufa de carbón de la habitación, pues el chico tiritaba por la humedad. Los días se estaban volviendo fríos, y a saber por cuánto había deambulado por la ciudad.

—He calentado agua. Imagino que querrás ver si está herido, y después tendrás a bien explicarme qué está ocurriendo aquí.

Sybil escupía veneno. Pero Achilles no podía culparla, no del todo. A sus ojos, aquel chico había torturado a la mitad del Anzuelo a su antojo, incluyéndola a ella, y a él lo obligaba a servirle en un retorcido trato donde el único beneficio para ellos era impedir que se aprovechase de las chicas del Edén. El hombre tomó aire, intentando destensar los hombros conforme hundía el trapo en el balde que la capitana había llenado de agua caliente, comenzando a limpiar la piel de porcelana del chico moreno. Sus ropas eran jirones, al paso de su mano se fueron deshaciendo, así que Achilles se aseguró de ponerle sobre el menudo cuerpo una de sus propias camisas. El chico tenía cortes por todo el cuerpo, la cara amoratada, una ceja y el labio roto y Achilles juraría por su respiración que o bien tenía algunas costillas maltrechas, o algo afectaba a sus pulmones. Por mucho que pudiera doler, rezó porque fuese lo primero.

—Eh, pececillo de tierra firme, aguanta— lo miró un segundo con una torcida sonrisa que acentuó sus cicatrices, pero el muchacho parecía haber sucumbido al cansancio o al dolor, y permanecía con los ojos cerrados. Su respiración se volvió algo más regular y no tenía fiebre, así que quizás estuviese fuera de peligro. Llenó un vaso con un poco de agua fría de la jarra que permanecía en su habitación y lo inclinó sobre sus labios, apenas mojándolos y esperando pacientemente a que por instinto la lengua del chico recogiese la humedad y la llevase a su garganta—. ¿En qué lío estás metido, uh?

Habló más para sí mismo que para su inconsciente compañero, pero era imposible no preguntarse qué estaría pasando, qué habría tenido que soportar. Llevaba meses sabiendo que aquel muchacho que lo visitaba no era Sing. Parecía Sing, hablaba y se movía como él, pero mirarlo a los ojos durante tanto tiempo había roto el espejismo por completo. Ninguno de los dos lo había dicho en voz alta, pero ambos sabían que no era ya un engaño entre ellos. Simplemente, actuaban como si así fuese. Como si el espejismo siguiera teniendo efecto. Pero ahora, aquel chico estaba en el Anzuelo, en su casa, y si había huído de su cruel destino quería decir que podían avecinarse grandes problemas.

Pero hablando de problemas, primero debía encargarse de los suyos.

Apagó la estufa para que la habitación estuviese caldeada, pero no fuese agobiante, y dejó al chico arropado. Cuando recogió su ropa, algo cayó de entre las huesudas manos del pececillo. Achilles hizo una mueca al ver su mechero. Aquello era todo lo que había portado hasta allí, además de sus heridos, y probablemente un miedo atroz. Volvió a dejar el pequeño y pulido objeto entre sus dedos y salió en silencio de la habitación. Veía a Sybil sentada en el comedor, aparentemente tranquila, con la cabeza apoyada en la mano, el codo sobre sus piernas cruzadas. Pero uno de sus pies no dejaba de moverse en un gesto nervioso e impaciente, y podía ver cómo se mordisqueaba el interior del labio. Se acercó y ocupó el asiento frente a ella, un viejo sillón orejero a medio tapizar. Apoyó los codos en las rodillas y se pasó los dedos por el pelo desordenado, suspirando.

—¿Y bien?— la voz de la chica era calmada, y aquello era peor. Sybil podía tener la sangre caliente, pero cuando de verdad era peligrosa era cuando pensaba en cada detalle y cada opción frente a ella con una fría objetividad propia de una líder. La chispa que aún prendía el fondo de su voz le dio esperanzas de que la parte de su ser que aún dependía de la fogosidad que le daba su juventud fuese la que ganase la batalla—. ¿Qué motivo puedes darme para que no lo haga salir de aquí tal y cómo ha venido?

Achilles frunció el ceño, pero se esforzó en suspirar y ladear el rostro, mirando a la chica con ojos sinceros y leales, pero severos.

—Primero, esta es mi casa. Sí, tú eres la líder de este lugar. Pero eres la líder precisamente porque no obligarías a nadie a desalojar su casa en plena noche. Eres más benévola que todo eso— se adelantó a las palabras que sabía que habría pronunciado la capitana, y supo que tras ellas le habría encantado decir que podía ser benévola, pero no con alguien como Sing, por eso se apresuró a terminar—. No es él, Sybil.

Los ojos del color del mar de la chica se abrieron y brillaron con cierta furia. Debía de pensar que Achilles estaba enloqueciendo por momentos. Señaló a la habitación donde el chico estaba postrado en la cama.

—¿Vas a venirme con esas? ¿Con que no está en sus cabales, que puede cambiar? Los monstruos así no cambian, Achilles—. Separó los labios pero no emitió más que un suspiro ahogado, sacudiendo la cabeza, como si se hubiese quedado sin palabras—. No me creo que puedas olvidar todo el mal que ha causado aquí. El que aún causaría a mucha gente si no seconcentrase en ti.

Achilles alzó sus morenas manos, llenas de callos y cicatrices, pero también adornadas por anillos y otros amuletos que contrastaban con su piel maltratada. Si Sybil seguía avivándose no podría impedir que entrara en aquella habitación y los echase a los dos.

—No, Syb. Digo que no es él— clavó una mirada en sus ojos, como si así la pudiera hacer entender, pero la pelirroja lo observó como si se hubiese vuelto loco o hablase en otro idioma. Achilles se retiró de su asiento, acercándose a su amiga, una rodilla en el suelo soportando su peso y su cuerpo inclinado hacia ella mientras bajaba la voz, como si las paredes tuviesen oídos—. Mira, no sé todos los detalles, ni me hace falta saberlos, y no puedes hablar de esto con nadie más porque siento que sería ponernos en peligro, pero…ese chico no es Sing. Sé que es una locura, pero lo sé. Llevo sabiéndolo meses, y lo he ocultado por su bien, y por el nuestro. No sé qué significa que esté aquí, pero ha venido huyendo Sybil, tú misma lo has visto. ¿Vas a decirme que habías visto alguna vez a Sing con ese miedo en los ojos?

La capitana lo había escuchado con ojos atentos, y su furia se había ido apaciguando. Y Achilles, como esperaba, vio ese brillo de comprensión en sus ojos. Quizás no terminara de aceptarlo, pero Sybil sabía que había cosas que no encajaban con Sign, con el caos y el dolor que ese chico estaba más que encantado de sembrar, pero que era demasiado orgulloso como para acudir y pedirles auxilio, ni siquiera se molestaría en fingir algo así para conseguir nuevas víctimas de sus retorcidos teatrillos. Habría mandado quemar la casa hasta los cimientos sin miramiento alguno, para verlos aterrorizados y retociéndose del dolor. Jamás se rebajaría a fingir que necesitaba a nadie que no fuese él mismo.

El silencio se estaba alargando en la habitación. Casi podían oír la respiración del chico en la otra habitación, y la chimenea repiqueteaba más ruidosamente que nunca.

—Confío en ti. Lo sabes—dijo Sybil, al fin. Sus manos se relajaron y deshicieron el puño en el que habían estado cerradas, y alzó hacia Achilles una mirada torturada, como si hubiese demasiadas ideas en su cabeza—. Pero si algo sale mal, si algo no es como piensas…Oh, está bien, puede quedarse. Pero se quedará aquí, contigo, y quiero que lo tengas vigilado. Sabes que no soy de tener prisioneros, pero necesito esperar unos días, ver por mí misma que no estamos en peligro.

Justo en aquel preciso momento, ambos se giraron hacia la puerta, cuando un vago ruido en ella los alertó de la presencia de alguien.
Achilles M.Sutherland
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Mensaje por Alexei Darken Miér Sep 06, 2023 3:05 pm

En sus sueños, Achilles era mecido cuidadosamente mientras alguien caldeaba el ambiente de la habitación para que su piel arrugada por la humedad recuperara su estado natural. En sus sueños, Alexei había salido a por él en mitad de la tormenta y le había alzado para llevarle hacia su casa, siendo Alexei cómodamente recibido por la calidez del ancho pecho del otro hombre. En sus sueños, había paz y los problemas desaparecían. Alguien le daba de beber, alguien que se preocupaba por él y que veía en él algo más que el hombre asiático que se divertía quemando edificios con sus propietarios dentro mientras los niños de sus víctimas miraban y sufrían. También había comprensión y amor. Y una nana lejana que seguramente se inventó él mismo pronunciada por unos labios anchos de color rojo en mitad de muchos otros rostros femeninos que desconocía.

Seguramente aquel último recuerdo no fue más que su propia imaginación creando la imagen de una madre cálida que le quisiera. Una como nunca había tenido.

Alexei fue abriendo los ojos poco a poco, sintiéndose mejor. El cuerpo le dolía horrores, pero al menos estaba en un sitio cómodo en el que se hubiera quedado toda la vida. Olisqueó el ambiente y sonrió para sí al darse cuenta de que aquella cama olía a Achilles, así como la camisa que le cubría los hombros y le abrazaba como si su propietario estuviera allí con él, susurrándole palabras bonitas al oído. Prometiéndole que todo iba a salir bien, que todo había pasado. Pero no era así. Alexei se hubiera quedado cómodamente en la cama y hubiera dormido ocho horas del tirón si no hubiera sido por el eco de unas conversaciones a lo lejos. En un primer momento pensó que procederían de la calle, pero pronto reconoció el tono de voz de uno de los implicados: era Achilles. Realmente el hombre estaba allí. Realmente le había encontrado.

La felicidad de saber que estaba en su casa se desvaneció en cuanto empezó a entender algunas de las palabras que pronunciaba. “Desalojar su casa en plena noche”, “Sybil”, “Monstruo”, “Mal”. La conversación se convirtió en susurros a partir de ese momento, pero Alexei no necesitaba seguir escuchándola para saber de qué estaban hablando. Había alguien más con Achilles, alguien a quien él mismo había visto al llegar pero a quien en esos momentos no recordaba del todo. Sí recordaba, empero, la expresión horrorizada de la mujer al verle. Sus anchos labios abriéndose para emitir palabras que no llegó a liberar y el sonido metálico de alguna arma siendo desenvainada. La mujer le conocía. No a él; sino a su otro yo. Seguramente había sufrido a manos de Sing y lo que era peor: sabía cuánto daño le había hecho ese malnacido a Achilles.

De pronto sintió vergüenza por su propia decisión. ¿Cómo se le ocurría aparecer en casa de Achilles a sabiendas de todo el mal que le había hecho Sing? La mujer tenía razón. Había involucrado a Achilles en algo peligroso, le estaba llevando la muerte a casa. Mientras se culpaba a sí mismo por aquella decisión rápida, su mirada se dirigió hacia la mesita de luz de la habitación, donde descansaba el mechero que él le había entregado. Alexei sabía que había acudido con él en la mano a casa de Achilles y que éste seguramente lo habría visto. Lo agarró con fuerza de nuevo y se lo llevó al pecho, maravillándose por su dureza y durabilidad. Aquel objeto era fuerte como el propio Achilles. Era un tesoro en el mundo en el que vivían.

Con decisión, se levantó de la cama, con la camisa de Achilles todavía sobre los hombros y ese objeto entre sus manos, y empezó a caminar siguiendo el eco de las voces para encontrarlas. Nunca había estado en aquella casa y le resultó un poco difícil ubicarse, pero finalmente encontró el salón en el momento justo en el que la desconocida le daba permiso a Achilles para que Alexei se pudiera quedar con él —al menos hasta que estuviera convencida de que no estaban en peligro—. Alexei agradeció que Achilles tuviera a alguien así en su vida. A alguien inteligente que le cuidara cuando tomara alguna mala decisión llevado por su compasión y buena fe. Aunque el foco de la conversación fuera él, agradeció no ser aceptado de modo rápido y sin pensárselo siquiera.

El sonido de sus propios pasos le delató y ambos se giraron para mirarle. Alexei se sintió de pronto acalorado y avergonzado por la atención recibida.

Ella tiene razón —dijo con la voz ronca. Su mirada se encontraba sobre la mujer pelirroja, a quien no reconocía. A juzgar por su mirada, a ella le era imposible no confundirle con Sing y su propia presencia parecía evocar recuerdos desagradables a su mente. Alexei lo sintió desde el fondo de su corazón se preguntó si habría algún día en el que le fuera posible conocer a alguien nuevo sin temer a que ese alguien le confundiera con Sing y le culpara por sus pecados—. Te agradezco que me acogieras, pero ahora mismo soy un peligro. No sé si Sing sabe dónde estoy, pero tiene ojos en todas partes y seguro que me encontrará pronto. Por eso… mañana a primera hora me iré —dijo, mirando fijamente a la mujer pelirroja y esperando a que ésta estuviera de acuerdo con su decisión. Esperaba que su sensatez pudiera poner luz sobre sus propias dudas—. No sé dónde, supongo que podría encontrar algún barco que me llevara lejos. Pero no quiero que nadie pueda relacionarme contigo. No quiero meterte en más problemas. Siento haber venido pero… Has sido en la primera persona en la que he pensado —reconoció, bajando la mirada—. Sólo he corrido hasta aquí. Ni siquiera he pensado en ello. Lo siento.
Alexei Darken
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Mensaje por Sybil Blackwood Mar Nov 28, 2023 9:47 pm

La cercanía de Achilles había apaciguado las cosas. Arrodillado a su lado, cuando colocó su enorme mano sobre las suyas, Sybil supo que no la estaba encarando como su segundo de abordo, sino pidiéndole que confiase en él como su mejor amigo, como quien llevaba con ella desde el primer día de su vida. Su pie dejó de golpetear el suelo con nerviosismo y se giró hacia él, escuchando todo aquello, viendo en aquellos ojos cálidos y seguros la desesperación por salvar al muchacho. Un muchacho cuyo rostro llenaba su memoria de pesadillas pero que, al parecer, tras ese aspecto, poseía un corazón muy distinto al de Sing. La capitana dudaba siquiera de que aquel monstruo tuviese corazón alguno. Solo tenía que confiar en que el chico que ahora descansaba en la cama de su amigo fuese distinto, a pesar de lo que gritaba su instinto de supervivencia. Podía oír en su cabeza dos voces completamente enfrentadas, una advirtiéndole, haciéndole ver las cosas que Sing ya había hecho a la gente del Anzuelo, y lo que podría hacer si verdaderamente aquel chico era él o, peor, era algún tipo de trampa. La otra, la hacía escuchar a su corazón y a la lealtad que Achilles le había demostrado cada día de su vida. Sí, él también podía equivocarse, pero si era así, prefería enfrentarse con él al problema una vez que ocurriese, que traicionar su vínculo. Finalmente, cedió, con aquellas condiciones, pues si bien confiaba en su amigo, no iba a dejar a ningún llegado sin supervisión, aún menos si podía implicar algún tipo de peligro.

Pudo ver el alivio en los ojos del hombre de piel tostada, pero este no llegó a responder cuando una tercera voz sonó, con tono suave, en la habitación. Los dos se giraron hacia él, y Achilles se levantó, recordando al chico que debía permanecer en la cama. Sybil se mantuvo al margen de aquello, pero escuchó al de pelo oscuro con atención. Parecía, por algún motivo, estar de acuerdo con ella. Aquello volvió a pinchar su estado de alarma como si fuesen mil alfileres, pero al mismo tiempo, aquella preocupación, aquellos ojos tristes y sinceros…No era en absoluto lo que había visto en Sing. Y nadie era tan buen actor. Especialmente alguien cuyo veneno parece supurar de todos sus poros. Incluso sin abrir la boca, Sing emanaba crueldad. Si lo que había dicho Achilles era cierto, aquello era algo que el menudo chico jamás conseguiría aparentar, por mucho que lo intentara.

—Nadie entra o sale de El Anzuelo sin que yo lo sepa. Y menos en barco— cruzada de brazos, dio un par de pasos hacia el chico. Su tono no era cortante, simplemente claro. Le habría dicho aquello mismo a cualquiera—. Además, tengo por compromiso no dejar jamás que nadie que necesite ayuda tenga que irse de aquí.

Se giró lo suficiente para observar por encima del hombro a Achilles, que estaba a su espalda. No esperaba reconocimiento ni aprobación, simplemente una confirmación de que así quedaban las cosas. Él se encargaba del recién llegado, y en unos días tomarían una decisión. Ahora era el momento de dejarlos a solas; Sybil podría ser el alma de cualquier celebración cuando era necesario, pero eso también le daba la capacidad de saber cuándo era momento de retirarse. Sin esperar más y sin modestia alguna, la pelirroja cogió la ropa que tenía en el aparador, y se la puso sobre la ropa de dormir, sin importar si este descubría más de la cuenta en algún momento. Tenía mayores preocupaciones en aquel momento que que dos hombres vieran algo de piel, así que ignoró el resoplido de Achilles conforme se colocaba el abrigo sobre los hombros y se dirigía a la puerta. Preparada para salir, se paró un segundo y les dirigió una mirada difícil de interpretar.

—Descansad ahora. Si llegan los problemas, estaremos preparados para entonces.

Sin una palabra más y captando por última vez aquella mirada de confianza en los ojos de Achilles, salió y cerró la puerta tras de sí, atravesando las frías y húmedas calles del Anzuelo hasta su hogar.
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Mensaje por Achilles M.Sutherland Miér Nov 29, 2023 12:34 am

No las tenía todas consigo al relatarle a Sybil todo aquello; no había confesado a nadie que a pesar de lo que pudiera parecer, no era Sing el que visitaba el Anzuelo cada pocas semanas. Si era sincero, ni siquiera se lo había confesado al propio…¿Sing? No, el chico que se le parecía. Odiaba llamarlo por aquel nombre, pero preguntarle el suyo lo habría desmontado todo. Aquello era un teatro que habían construído entre los dos, el chico haciendo su papel, y Achilles fingiendo que lo creía. Y así habría sido si no se hubiese delatado aquel día, si no hubiese visto cómo sin decirlo pedía ayuda y se mostraba tan roto como cualquiera que haya pasado por las manos de Sing. No. Mucho más.

Por eso, derribar toda esa pantomima no era fácil, ni encontrar las palabras adecuadas para que Sybil no pensara que se había vuelto loco de atar. Por suerte, la capitana lo entendía más observándolo que escuchándolo -tampoco era algo raro, Achilles no era el más hábil con las palabras la mayor parte del tiempo-, y pudo ver en sus ojos aquella comprensión que terminó por ganar al odio que la había inundado a ver un rostro así en su puerta. Estaba a punto de acceder a sus condiciones, a darle las gracias, cuando la voz del más joven los sorprendió desde la puerta. Se levantó de donde se había arrodillado en el suelo y se acercó a él, lo suficiente para que se sintiera atendido, pero no adelantándose a Sybil, que pareció haberse decidido definitivamente y no iba a cambiar de opinión, lo sabía bien. Cuando se giró hacia él, esbozó una pequeña sonrisa calmada y asintió con la cabeza muy ligeramente, y sabía que poco más hacía falta decir o hacer. Simplemente dejó a la capitana marchar, deseándole buenas noches y recordando que tuviera cuidado de camino a casa. Cuando la puerta se hubo cerrado la aseguró, cerrando también algunos postigos de las ventanas cercanas a su paso. Cerró los ojos y suspiró, pasándose la mano por el pelo en un gesto cansado. Por hoy, todo había terminado. Mañana sería otro día, y afrontarían lo que viniese con él.

Cuando se giró de nuevo hacia el chico, fue para acercarse a él con una sonrisa y un tono de voz mucho más cálido y tranquilo. No conseguirían nada con pasar la noche angustiados; el muchacho debía guardar cama al menos un par de días, a juzgar por su aspecto, y no moverse demasiado en toda aquella semana como mínimo. Tampoco es que tuvieran opción de atravesar el Anzuelo con él antes de tantear las aguas. Cuando llegó hasta él posó la mano en su cabeza, deslizándola hacia atrás en una caricia que llegó hasta su mentón para alzarlo ligeramente.

—No deberías haber salido de la cama, vamos— sin admitir réplica alguna, lo guió de nuevo hasta el dormitorio, y no retiró la mano del bajo de su espalda hasta que estuvo metido en la cama—. Encenderé de nuevo la estufa, tienes que entrar en calor. Ya has oído a la capitana, nada de salir de aquí.

Se aseguró de que el menor estuviese cómodo en la cama y bien tapado, y salió de la habitación un momento. Por suerte, la sopa se había mantenido caliente, así que llenó un cuenco con un poco de esta y cogió una cuchara de madera, volviendo al dormitorio. Se sentó al borde de la cama, junto al chico, y lo observó mientras dejaba la sopa en la mesita Llevó una mano a su frente, acariciando sus rebeldes mechones y rozando su piel con toda la suavidad que le permitían sus dedos callosos.

—Estás algo destemplado, ¿cuánto has estado por las calles?— suspiró y acercó el cuenco con caldo hasta ellos, esperando a que el menor se incorporarse para dejarlo entre sus manos y apoyado en su regazo, esperando para que el chico diese al menos un par de cucharadas que le llenasen el estómago y lo entraran en calor—. Mañana te conseguiré medicinas y revisaré tus heridas con más detenimiento. Ahora tienes que dormir.

Los grandes y expresivos ojos contrarios no dejaban de observarlo, y sentía que por mucho que lo intentase nada aliviaría lo que habrían visto, lo que aquel chico habría tenido que vivir, sufriendo contínuamente bajo las manos de un cobarde sanguinario y caprichoso. Con un suspiro que relajó sus hombros, pero no hizo que su frustración de no saber expresarse se fuese, acarició una de sus rodillas por encima de las sábanas, reprimiendo una mueca al notar lo delgadas que se habían quedado.

—No eres él—las palabras salieron, para su sorpresa, con facilidad, y cuando alzó la mirada de nuevo lo hizo con decisión. Ya estaba hecho. El teatrillo tenía que desmontarse de todas maneras, no iba a seguir torturando al joven tratándolo como algo que no era—. No tienes por qué responderme, ni cambiar nada, no lo necesito. Solo necesito que sepas que nunca me has parecido nada cercano a él.

Se levantó, agotado pero ligero al mismo tiempo. Como si acabase de dejar una carga muy pesada. Le sonrió con calidez al chico en su cama y extendió con cuidado la colcha sobre las sábanas que lo mantenían caliente.

—Estaré en la sala donde has estado antes, aquí al lado. Si necesitas algo no tienes más que llamarme, ¿de acuerdo?

El sofá estaba preparado para que Sybil durmiera aquella noche, así que no tuvo más que echarse sobre él tras apagar las lámparas de gas que iluminaban la estancia. Tenían electricidad, pero no la usaba muy a menudo, había pasado toda su infancia sin ella y no estaba muy acostumbrado. El sofá se le quedaba pequeño, pero poco importaba, dudaba que pudiese dormir. Quizás tenía miedo de que el chico de la otra habitación desapareciese en mitad de la noche.
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Mensaje por Alexei Darken Miér Dic 06, 2023 1:44 pm

Alexei no sabe qué pensar de la mujer pelirroja que parece íntimamente relacionada con Achilles. Cuando ésta habla, el muchacho la contempla con respeto, pero también con un poco de miedo. La pelirroja se yergue ante él como si fuera una emperatriz y Alexei está seguro de que podría ser así. De que sin duda parece poseer un castillo, joyas y todo el personal que le apetezca. No tiene nada que ver con los celos; tiene auténtico miedo de lo que ella pueda hacerle tanto a él como a Achilles. Porque sí, puede que Achilles sea grande y poderoso, pero no tiene un castillo, no es un emperador y no tiene joyas. Dudando acerca de su propia fuerza y sin comprender las palabras de la mujer cuando ésta habla, Alexei asiente como si lo hubiera entendido. No le es difícil, pues en multitud de ocasiones ante las enseñanzas de Sing ha tenido que hacerlo y sabe perfectamente en qué momento bajar la cabeza para que el otro crea que se ha entendido su mensaje. En el caso de la pelirroja, parece que consigue engañarla, pues ésta se da por satisfecha y se despide de Achilles antes de dejarles a solas.

Y Achilles parece ignorar la gravedad de la situación. Es algo que le escuece como alcohol en una herida. Le arrastra hacia su habitación de nuevo y le enciende la estufa mientras asegura que la “Capitana” —la emperatriz— no le dejará salir de la residencia de Achilles. Alexei no sabe cómo sentirse, por lo que simplemente deja que el pozo de tristeza en el que se encuentra le envuelva y se deja hacer como un muñeco con los hilos cortados. Se sienta cuando Achilles le pide que se siente y toma la sopa caliente de sus manos cuando éste le pide que lo haga. Su estómago parece tener sentimientos contrapuestos en cuanto a la efectividad del caldo: una parte de él desea tener alimento para recuperar las fuerzas pero el otro se retuerce ante la idea de comer y le promete a Alexei unas buenas arcadas y náuseas si se mete algo por la garganta. Es por ello por lo que simplemente decide no comer, aunque sí sostiene el cuenco entre sus manos, descubriendo que, en efecto, el calor del recipiente le reconforta.

No lo sé —responde sinceramente cuando Achilles le pregunta cuánto tiempo lleva en las calles. Alexei cierra los ojos con cuidado cuando el hombre le pasa la mano por la cabeza y el rostro y siente que el calor sube a sus mejillas. No le gusta que le toquen, pero sí si es Achilles quien lo hace. Entreabre los ojos a media caricia y le contempla con un brillo especial en la mirada que es de intenso cariño y que parece abrumar un poco a Achilles, pues pronto aparta la mano como si la cabeza de Alexei quemara—. No hace falta que te tomes tantas molestias —le asegura cuando Achilles le ofrece medicinas. Alexei es consciente del costo de éstas. Es consciente de que no todo el mundo se las puede permitir—. Simplemente quiero salir de aquí. No quiero poneros en peligro. Tengo que alejarme y ser yo quien atraiga la atención… no vosotros. Si se enteran de que me estáis ayudando…

Alexei deja la frase en el aire porque no se siente con fuerzas de terminarla. No quiere pensar en ello.

“No eres él”.

Las palabras le toman por sorpresa y a la vez le azotan con la fuerza de un latigazo en la espalda. Alexei abre los ojos, preocupado, siendo consciente de que los había apartado de Achilles sin darse cuenta y le mira. Hay terror en su mirada, pero también una ligera y brillante capa de agradecimiento. El muchacho siente que podría morir de felicidad en ese mismo momento, pero también de terror. Nadie debe saberlo. Eso es lo que le dijo Sing. Lo que le dice siempre. Nadie debe saber que es otro, que es distinto. Y la posibilidad de que Achilles no sea el único que lo descubre le aterra. Pero a la vez lo agradece. Los dos sentimientos luchan en su interior como dos animales salvajes. Una tormenta poderosa se desata en mitad del combate y arrasa con todo, incluso con sus pensamientos más racionales. Alexei alarga una mano hacia el hombre y la coloca sobre su propio rostro. La mano es lo suficientemente grande como para abarcarle la mitad de la cara.

Mi frente mide exactamente lo mismo que la de Sing. Cada mañana recortamos las cejas para que sean iguales que las de Sing, aplicamos crema en la piel para que parezca igual de suave y tengo pequeñas cicatrices en los ojos que los hicieron un poco más alargados. La nariz también está retocada, las mejillas, los pómulos. Los labios. Los dientes. La lengua, incluso. Todo está medido y calculado. Todo es exactamente lo mismo. Tuve que llevar hierros hasta que los dientes se me deformaron de la misma manera. Corsé para obligar a las costillas a adoptar una forma que no era la suya para la cadera. Me cortaron piezas de carne de las orejas para hacerlas más pequeñas, más alargadas. ¿Cómo puedes decir que no somos la misma persona? Tenemos la misma sangre en nuestras manos. Pisamos los mismos cadáveres. Avanzamos por la misma senda —susurra, bajando la mirada al final de sus palabras. Pero Achilles no le contesta y el silencio se hace un hueco entre ellos. Se pregunta por qué el otro se queda mudo durante tanto tiempo hasta que finalmente por el rabillo del ojo le ve… y descubre que no parece haberle escuchado. Quizá, piensa, ha sido solo en su mente donde se ha atrevido a decirlo. Quizá no ha llegado a expresarlo. Está seguro de que es así.

Deja que la mano de Achilles caiga de nuevo sobre su rodilla y asiente quedamente con la cabeza cuando éste le indica que va a dormir en otra habitación. Alexei se deja arropar en la cama y se mantiene en silencio mientras Achilles sale de la habitación, visiblemente cabizbajo. Alexei intenta aguantar en la misma posición durante más tiempo, pero apenas lo consigue. No tarda en levantarse de nuevo. Descubre que no es sueño lo que tiene. Es pena. Una pena tan grande que le hunde los hombros y le hace arrodillarse frente a la figura imaginaria de Sing. Sing le mira y le sonríe. Le asegura que siempre será suyo, como todo lo que toca, y Alexei por primera vez se resiste. No quiere que Achilles sea suyo. Le da igual lo que le pase a él, pero Achilles nunca debe ser suyo. ¿Cómo podría defenderse ese bondadoso hombre de las garras ponzoñosas del asiático?

No soy tu —dice finalmente. Cree decirlo delante de Sing, pero lo dice delante de Achilles. Se descubre a sí mismo de pie ante el sofá donde Achilles apenas cabe—. No soy él —repite, con mayor dificultad. Apenas ve qué es lo que tiene delante a causa de la oscuridad, pero crea puños con las manos y aprieta los dientes con fuerza—. ¡No quiero ser él! —insiste. Se deja caer delante de Achilles y a tientas busca sus manos. Las aprieta profundamente entre las suyas cuando las encuentra y apoya la parte superior de la cabeza sobre éstas, como si estuviera rezando. De rodillas en el suelo y susurrando, sin duda parece que sea lo que hace. Reza a un Achilles que no puede acabar como los antiguos dioses. No puede acabar muerto—. Tengo miedo, estoy aterrado… Me he pasado la vida siendo él. Me cogieron de pequeño, creo que mis propios padres me vendieron. Me cogieron porque me parecía a él… aunque no del todo. Me modificaron. Me cogieron como a la arcilla, me hicieron a su gusto y me petrificaron. Me convertí en él, pero no soy la víctima de ésto, Achilles. No quiero engañarte —le suplica y es consciente mientras habla de que las lágrimas se le deslizan por la cara como las gotas de lluvia de la mañana.

»He hecho cosas horribles en su nombre. He engañado, matado, robado… y me he acostado con todos los que Sing quería. He sido su sombra, pero también he sido él. Lo odio, Achilles. ¡Me odio profundamente a mí mismo! —expresa, abrazado por la oscuridad, que le concede privacidad. La que necesitaba—. ¡Pero no puedo más! ¡No quiero ser más él! ¡Y todo habría sido más fácil si aquel día, cuando me rompí, no te hubiera encontrado a ti! Si no hubieras intentado reparar una a una todas mis piezas rotas para convertirme de nuevo en una persona. Si simplemente hubieras sido uno de los demás… Podrías simplemente haber seguido jugando con mis piezas rotas y haberme dejado. Podrías haberme ignorado como todos… ¡Pero ahora me has montado distinto y ya no sé cómo seguir con todo ésto! —grita, aferrándose con fuerza a las manos del contrario—. ¡No puedo más!
Alexei Darken
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Mensaje por Achilles M.Sutherland Dom Mar 17, 2024 8:57 pm

Gruñendo como un sabueso, Achilles se revolvió en el mullido sofá, que si bien era estupendo para la estatura de Sybil cuando pasaba las noches allí, a él se le quedaba pequeño por todas partes. Aunque, si era sincero, no tenía demasiados motivos para quejarse: no es como si hubiese podido pegar ojo de todas maneras.

En su mente volvía, una y otra vez, a aquella habitación al otro lado del patio. Quizás incluso se metía entre las sábanas y abrazaba el menudo cuerpo del chico que temblaba bajo ellas. Maldijo una vez más su torpeza y su tosquedad con las palabras; no podría de ninguna manera expresar de qué forma quería que estuviera a salvo, darle todo el tiempo que estuviese en sus manos para sanar y comenzar una nueva vida. Todo lo que se le ocurría hacer para expresar aquellas cosas era fácilmente interpretable como estar aprovechándose del estado vulnerable del menor.

Y la única otra opción que se le ocurría era rajarle el cuello a Sing.

O dejar que Sybil se encargase de Sing, lo cual sería la verdadera carnicería.
Pero, de momento, también tenía las manos atadas en ese aspecto. Por no hablar de que no pensaba dejar a aquel muchacho solo en una buena temporada, siempre que él lo quisiera a su lado.
¿Solucionaría algo eliminar al chico que le hizo pasar por todo aquello? ¿Eliminaría el dolor que destrozaba a aquella pobre criatura? ¿O aquellas roturas en su interior eran irreparables?
Aquel muchacho no era una espada o un cuchillo mellado que Achilles pudiera volver a soldar, moldearlo con sus manos hasta eliminar cualquier magulladura. Pero él no sabía hacer otra cosa. No era como Sybil, no era como aquella panda de criminales de Bronte. No era especialmente astuto ni tenía recursos más que su fuerza para luchar y su habilidad para llevar la forja. ¿Qué iba a poder aportarle él a un chico destrozado?

Gruñó una vez más, ahuecando el ya apaleado cojín bajo su cabeza que estaba pagando el precio de su frustración. Tan ofuscado estaba, que no oyó los débiles pasos en la oscuridad, no hasta que tuvo al chico al otro lado de la espalda del sofá, provocando esto que estuviera a punto de coger la daga que guardaba escondida estratégicamente contra el bajo del mismo mueble. Su mano se relajó a mitad de camino, al darse cuenta de que no había ninguna amenaza, sino unos grandes ojos que lo miraban apenado.

—¿Qué ocurre…?¿Necesitas alg…?

No pudo terminar la frase. El chico comenzó balbuceando, pero conforme hablaba, sus palabras cobraban fuerza por mucho que su voz temblase. Achilles vio su miedo, su arrepentimiento y el peso del trauma que estaba obligado a llevar sobre los delicados hombros. Unos hombros que, sin embargo, se cuadraron. Porque Achilles no solo pudo ver aquellos temores, sino también, en el fondo de sus ojos, la decisión por dejarlos atrás, por luchar contra ellos y demostrar que él no era como el hombre que lo había querido convertir en una versión torturada de sí mismo.
Al chico le temblaba la voz, se atropelló en ocasiones y era evidente que junto a la rabia había miedo y tristeza, pero no se detuvo. Y Achilles no lo interrumpió en ningún momento; dejó que terminara, mirando todo el rato aquellos ojos tan profundos. Cuando sus manos se aferraron a las suyas, no solo notó lo delgadas que estaban, también pudo ver que no había terminado de entrar en calor. Las envolvió con las suyas por completo y lo atrajo hacia sí, haciendo que se sentara en el mullido sofá, a su lado, mirándolo profundamente a los ojos.

—Bien, vamos a solucionar todo esto— aseguró—, pero primero tienes que respirar.

Esperó a que el chico le hiciese caso, que tomase aire y se tranquilizase antes de comenzar a hablar, sin soltar sus manos en ningún momento. Unas manos tan delicadas y bonitas en comparación a las suyas, grandes y callosas, que hacían a aquellas que envolvían parecieran de porcelana.

—Tú no eres él— repitió, como si entre ambos pudieran dejarlo aún más claro—. Eres otra de sus víctimas. La peor, probablemente— comentó, quizás sin demasiada delicadeza, pero sin mala intención—. No solo ha volcado su maldad en ti, sino que te ha usado de corriente para expandirla hasta los demás. Pero, ¿acaso has hecho esas cosas por tu cuenta? O teniendo otra opción. No…y siento si aquel día hice que todo estallara, siento si lo has pasado mal porque destruí todo ese teatro, pero volvería a hacerlo. No quiero que te rompas en pedazos, pero te aseguro que sí que intentaré, contigo, que vuelvas a estar entero. Y solo entonces verás que nada ha sido culpa tuya, pero si quieres…cuando estés mejor, podrás enmendarlo. Aquí tienes la oportunidad de ser tú mismo, y no la sombra sometida de nadie más.

Habló con pausas, buscando las palabras adecuadas, y con el ceño tenso contínuamente, como si encontrar las expresiones concretas supusiera verdaderamente un esfuerzo. ¿Por qué no era todo tan fácil como fundir metal? Y entonces se relajó notablemente, y tras un suspiro, pasó el pulgar por encima de la suave piel ajena en una caricia.

—No soy especialmente inteligente para los planes ni las estrategias, pero trabajo en una forja, ¿sabes? Puedo transformar un hierro destrozado en una bonita daga, o en una joya, o un adorno. Lo que ese acero me pida ser. Lo haremos contigo. Poco a poco, desaparecerán tus golpes y tus miedos, y no será fácil ni rápido, pero serás tú. Lo que vayas dándote cuenta que quieres ser.

Asintió con la cabeza, sonriendo mínimamente intentando alentar al menor, y sintiendo que, aunque hubiese tenido que recurrir a su terreno para explicarse, al menos sentía que se había hecho entender mejor que en toda la noche. Fue entonces cuando reparó en algo y miró al chico con una nueva curiosidad.

—Ahora que lo pienso, hay algo que necesito para empezar a separarte de él, y si te quedas aquí lo vas a necesitar.

Se acercó ligeramente más a su rostro, su sonrisa llegando hasta sus ojos y arrugando ligeramente sus descoloridas cicatrices.

—¿Cómo te llamas?
Achilles M.Sutherland
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